Esta se une a otras iniciativas del Ayuntamiento para dar a conocer entre la ciudadanía el Vigo histórico, no solo el de sus primeros pobladores, también aquellas historias de esas viejas construcciones que continúan dibujando la pintoresca vida de la urbe, cuyas fachadas, piedras y pilares fueron testigos, cómplices y víctimas de algunos de los días más memorables y fatídicos de la preciosa ciudad que compartimos. Una de esas iniciativas a las que me refiero es la que recientemente se ha inaugurado en homenaje de la parcialmente derruida muralla viguesa.
Cabe recordar en este momento que, a pesar de que el Vigo actual es la fusión última de varios municipios colindantes, la ría no contaba solo con una fortificación, ya que eran varias las que se extendían por toda la zona colindante a la costa. Trágicamente, por motivos de salubridad pública a raíz del proceso de expansión urbana que experimentó el municipio a finales del siglo XIX, la muralla que rodeaba la vieja y amalgamada ciudad fue parcialmente derribada para poder trazar las nuevas zonas del Ensanche y barrio del Arenal. Otra de las fortificaciones que rodeaban a la villa estaba en el monte de La Guía, donde había una batería de cañones que protegía la entrada al interior de la ría dando protección a las municipios de Vilaboa, Arcade y Redondela. Sin embargo, según avanzamos hacía el interior de la localidad, en el punto más estrecho entre las dos costas, nos encontramos en Rande los vestigios de un antiguo castillo. En la zona costera de Redondela se alzaba una modesta pero efectiva fortaleza ataviada con varios cañones y unos muros que llegaban hasta el mar que, junto a una construcción gemela en la costa de Domaio, llegaban a cubrir toda la entrada hacia la ensenada de San Simón. Desgraciadamente, con la construcción en los años 70 del puente de Rande ambas construcciones, la redondelana y el castillo de Corbeiro, fueron parcialmente desmontadas y extraviadas; por otra parte, una pequeña porción de lo que fue el castillo de Rande sigue siendo visible bajo las últimas pilastras de la costa viguesa antes de hundirse en el agua.
A pesar de que nunca se le había prestado el respeto que se merecen estas construcciones, el recién inaugurado paseo por la antigua muralla del centro de la ciudad es un paso necesario en favor de políticas que concedan un mayor protagonismo y dignidad a lo formidable de estas instalaciones. El origen de la muralla de Vigo se remonta a la Guerra de Independencia portuguesa o popularmente conocida como la Guerra de Restauración, que enfrentaron al Reino de Portugal y a la monarquía hispánica. El conflicto se inició oficialmente en 1640 con el levantamiento de la independencia y concluyó en 1668 con la firma del Tratado de Lisboa, ratificado oficialmente por Alfonso VI de Portugal y Carlos II de España. Cierto es que toda la península sufrió gravemente las consecuencias de la guerra, pero especialmente fueron las regiones de Extremadura y Galicia las que soportaron los mayores agravios de la contienda, no solo porque fueron las regiones que abastecieron en mayor medida a las tropas en el frente, tanto con recursos humanos como con alimentos, también porque sufrieron la ocupación y el destrozo de los enemigos portugueses.
Durante los primeros años del conflicto, las tropas españolas consiguieron aguantar a los sublevados en territorio portugués, en torno a la ciudad de Tui. No había sido fácil ya que el costo de vidas y de alimentos era demasiado grande, prácticamente inasumible para el maltrecho territorio gallego. La situación pintaba mal pero empeoró aún más a partir de 1665. Según la historiadora M.ª del Carmen González Muñóz (1979), hacia finales de ese mismo año se recibe en la ciudad una carta de un canónigo de Santiago que afirma que el enemigo está a las puertas de Vigo con un importante contingente de hombres. El ataque se produjo con devastadoras consecuencias. Los portugueses se hicieron con el control de todo el sur de la provincia pontevedresa, desde Coruxo, Beade y Beambrive hasta San Andrés de Comesaña, Matamá, Castrelos, Sárdoma y el Freixeiro; allí por donde pasaban aprovechaban todo cuando pudiera serles de utilidad y si no podían transportarlo le prendían fuego. Así fue como quedó arrasada toda la zona circundante a la ciudad, deprimida en una profunda crisis económica, privada de alimentos y recursos de cualquier naturaleza.
La proximidad de la ciudad a la frontera con Portugal hizo que en 1656 se empezara a gestar un plan para fortificar la pequeña villa de Vigo. El proyecto se materializó en una muralla de trazado irregular a causa de lo abrupto del terreno y de lo apremiante de la situación, ya que la fortificación tenía que estar acabada para cuando los portugueses entraran en España. De hecho, la mala orografía de la zona había hecho que se considerase a la villa como difícilmente fortificable, por la contra, Bayona, había resultado mucho más fácil de defender debido a que era “fuerte por naturaleza”. Se edificaron un par de baluartes defensivos que estaban coronados por el Castillo de San Sebastián, en la parte más alta de la construcción, en la cual trabajaron numerosos vecinos habiéndose destruido un importante número de casas, haciendas y viñedos. Tras el asedio de Vigo de 1665, el capitán general de Galicia mandó completar las obras de la maltrecha fortificación uniendo el Castillo de San Sebastián con la muralla de la ciudad, en aquel entonces estaban desunidos y eran totalmente incapaces de hacer frente al enemigo por lo débil de sus muros y lo incapaz del castillo. Los baluartes del Castro eran pequeños y en ellos no cabía la guarnición, mientras que el puesto de San Sebastián tan sólo era útil mientras no se perdiera el control de la edificación del Castro. El plan presentado por el capitán de Galicia unía toda la ciudad mediante unos baluartes desde la cima de la fortaleza hasta la parte baja del barrio de San Francisco; sin embargo, el proyecto final distó mucho del planteado en un principio.
Una vez concluida la guerra con Portugal y abandonadas las fortificaciones, no pasó mucho tiempo hasta que la región sufrió las consecuencias de la guerra de Francia con Austria. La flota francesa intentó afondar en Vigo con más de treinta de sus navíos para evitar que Juan José de Austria llegase a Flandes, lo que volvió a poner en alerta a la escuadra española sobre los muros de la ciudad. Así, en 1684 vuelven a reformularse los planes para la defensa de la urbe, cuya materialización fue encomendada al capitán Villaroel, quien las trazaría tan solo en el Castro, San Sebastián, el Berbés y la reedificación de las murallas. Así fue como quedó conformado el entramado de fortificaciones en el centro de la ciudad. A pesar de que pueda parecer extremadamente intrincado y complejo, lo cierto es que los escritos de la época ya pronosticaban lo endeble de la villa ante un ataque enemigo, pronóstico que se vio cumplido con el ataque de la flota inglesa en la ciudad en 1702 con motivo de la batalla de Rande.
Sin duda, toda iniciativa para fomentar la conciencia ciudadana y la puesta en valor de estas antiguas construcciones es digna de ser bien acogida, no por ello dejando de ser necesarias nuevas políticas más profundas y comprometidas, tanto de educación como para la defensa de estas viejas construcciones, con el patrimonio histórico de nuestra villa, otrora símbolo de orgullo nacional.