El invento de la lavadora consiguió postergar estas instalaciones de piedra y cemento que antes eran muy habituales en todos los barrios. Las casas de gente pudiente tenían el suyo propio, incluso con varias vertientes donde las lavanderas ponían las prendas de ropa y las frotaban luego de enjabonarlas. Después del lavado y de un buen aclarado las llevaban en tinas o en cestas, y la ropa blanca la extendían en algún campo próximo para blanquearla. Todo esto es algo que ahora suena anacrónico, pero la gente mayor todavía lo recuerda, sobre todo en los pueblos y en las aldeas. En la fotografía, tomada en los alrededores de la ciudad de Vigo, puede observarse un pequeño lavadero privado unido al brocal del pozo que era el medio de obtener agua cuando aún no existía el servicio público de abastecimiento. Y mientras las lavanderas realizaban su trabajo aprovechaban para comentar los dimes y diretes de cada casa, lo cual convertía los lavaderos en una especie de parlamentos del pueblo donde se discutía, se reía, e incluso a veces se lloraban los acontecimientos de la vida cotidiana, hasta que se fue haciendo el silencio y ahora sólo se oye el fluir del agua corriente.