Al mando del Almirante D. Manuel Velasco de Tejada, llega a la bahía de Vigo la flota española de Indias, con cargamento de oro, plata y mercaderías de gran valor. Procedía la expedición de Nueva España (México) y era esperada en la metrópoli con gran ansiedad, ya que aportaban fabulosos recursos para proseguir una de las tantas funestas guerras que han ensangrentado nuestro suelo: la de Sucesión, mantenida entre los partidarios de Felipe V y los del Archiduque Carlos, titulado Carlos III, el cual tenía adeptos y popularidad en Levante y Cataluña, donde por cuatro o cinco años labró moneda a su nombre.
Tal cargamento debiera haber sido llevado a Cádiz, único puerto autorizado para el comercio de Ultramar en el litoral atlántico, pero la constante vigilancia de la armada anglo-holandesa, que mandaban Sir Jorge Rooks y el Duque de Ormond, decidió a D. Manuel de Velasco a burlar la persecución, antes de doblar el Cabo de San Vicente, por donde aquella flota merodeaba.
Venían nuestras naves convoyadas por la escuadra francesa aliada, al mando del Conde de Chateau-Renaud. Estaba compuesta de diecinueve galeones de carga y veintitrés navíos franceses. A causa de los temporales, uno de estos navíos hubo de arribar a Sanlúcar de Barrameda y otros cinco a Santander. Según fuentes autorizadas, esta impresionante expedición traía más de quince millones de pesos, en oro y plata, además de un precioso cargamento de productos naturales. Era, en suma, el más rico convoy llegado hasta entonces de América y estaba destinado, un mes más tarde, a ser víctima del fuego enemigo en las plácidas aguas de Rande. La batalla naval de Rande constituyó un verdadero desastre nacional, pues no sólo se perdió en ella el cargamento, sino numerosas vidas y todas las naves que componían la expedición.
La ría de Vigo, de tan excelentes circunstancias naturales, se hallaba en pésimas condiciones de defensa según hemos podido constatar a lo largo de estas notas. El Capitán General de Galicia, Príncipe de Barbanzón, de acuerdo con los Almirantes de la flota aliada, improvisó unas barreras de estacas en el estrecho, tras las cuales, como una ratonera, se situaron nuestras naves, y dotó de artillería varios lugares de ambas márgenes, pero todo fue insuficiente.
Mientras tanto, el comercio de Cádiz reclamaba ciegamente sus derechos e impedía que los tesoros fuesen desembarcados oportunamente y enviados por tierra. Aún no ha sido posible aclarar totalmente este enigma histórico, pues mientras algunos autores afirman que la fabulosa riqueza fue transportada en su mayor parte, utilizando dos mil carros del país, otros niegan el hecho, aseverando que nada se salvó. Lo cierto es que la armada enemiga, al percatarse de la fuga emprendida por la nuestra, vino en su persecución. Jamás se vió una tan densa concentración de navíos en tan corto espacio, como el día que ambas armadas se hallaron frente a frente. Las quietas aguas de nuestra bahía no volverían, por fortuna, a ser escenario de una tragedia similar.
22 de septiembre de 1702. Xosé María Álvarez Blázquez. «A Cidade e os Días. Calendario Histórico de Vigo» (Xerais, 2008).