Al frente del negocio siempre estaba una persona amable que resistía con resignación los embates del invierno y los rigurosos calores del verano, en una zona alta y expuesta a la contaminación del intenso tráfico, una de las puertas de la ciudad. Hace poco se cerró por jubilación del dueño. En una escueta y sentida nota colocada en la puerta daba las gracias por el cariño del público, avisando de que se jubilaba. Hace unos días se procedió a su desmantelamiento, tal como se observa en la fotografía. Hace años también desapareció la histórica fuente luminosa que estaba en el centro de la plaza y que había sido donada por Cesáreo González —que nadie sabe a dónde fue a parar—. Ahora desaparece el quiosco. Y es que nada es eterno, salvo el recuerdo que queda en la memoria de todos. El castañero que tiene el puesto al otro lado del buzón de Correos, quizá por prudencia al observar todo esto, utiliza una pequeña máquina de tren provista de ruedas para poder llevarla de un lado para otro y sobrevivir a tanto cambio.