Todos conocemos la trágica historia de la fragata franco-española que fue atacada por buques ingleses y holandeses en la frenética persecución que llevaron a cabo por las aguas del océano atlántico y que acabó pasando a la historia con la Batalla de Rande de 1702. Sin embargo, seguramente mucha gente no conozca las dramáticas visitas que hizo el corsario inglés Francis Drake, y las consecuencias que tuvo para toda la ría la entrada de sus embarcaciones británicas.
Drake fue uno de esos muchos marinos que, promocionados por el gobierno británico, se destacaron, durante la Guerra de los Ochenta Años, en las múltiples campañas que Inglaterra llevaba a cabo contra el reino español en la península y en sus territorios de las indias occidentales. De esta forma, el vicealmirante Drake fue la segunda persona que logró circunnavegar el mundo en una sola expedición tras Elcano. Se puede decir que prácticamente toda su carrera como marino y militar giró en torno a la guerra con España, en la que participó en varios ataques como el llevado a cabo de manera infructuosa en A Coruña en 1589, el ataque de Cádiz de 1587 y la derrota de la Armada Invencible en 1588 (el propio Drake fue el que consiguió capturar el buque de Medina Sidonia, el marino español que capitaneaba La Armada en su fallido ataque a la bahía inglesa de Plymouth).
Drake llegó a la ciudad en múltiples ocasiones, siendo la primera que hay documentada en 1568, tras unas maniobras fallidas en la costa de Vizcaya a las órdenes de su primo segundo Jonh Hawkins. Las cosas no les salieron como se esperaban y Drake, en busca de un puerto donde avituallarse para volver a Inglaterra, decidió probar suerte en Vigo sin mayores consecuencias. Su segunda visita a la ría data de 1585, cuando se adentró en esta con una imponente fragata de 24 barcos y más de 1.500 soldados a bordo. Su visita fue corta, ya que decidió atacar la ciudad de Bayona, donde se concentraban en ese momento un importante número de milicianos de toda la región. Estos, comandados por el gobernador de Bayona, por el señor de Gondomar, Diego Sarmiento de Acuña (primer conde de Gondomar), y por el arzobispo de Santiago, consiguieron zafarse del numeroso ataque y repeler al enemigo británico favorecidos por las inclemencias meteorológicas del momento. Los ingleses se vieron obligados a fondear en el interior de la ría sin cesar en ningún momento de abrir fuego con sus cañones en contra de la ciudad viguesa. Los desperfectos fueron meramente superficiales si se tiene en cuenta las devastadoras consecuencias del último de los ataques del inglés a la ciudad.
No pasó mucho tiempo hasta que Drake volvió a acechar a las poblaciones de la ría. El corsario pasó por Galicia cuando este se dirigía hacia Portugal en ayuda del pretendiente al trono del país vecino. El libro de actas del cabildo vigués del año 1589 narra a la perfección los acontecimientos que sucedieron durante el desgraciado episodio: “En el año de nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de 1589 años en el mes de junio, víspera de los bienaventurados apóstoles San Pedro y San Pablo, entró el corsario luterano Francisco Draque, general de la armada inglesa, enviado por la reina Isabela luterana en favor de don Antonio y su hijo don Manuel en esta ría de Vigo con doscientas y trece velas grandes y pequeñas, el cual venía de haber estado sobre La Coruña, la cual no pudo tomar, excepto que quemó y asoló la pescadería y venía de estar sobre Lisboa y llegó con doce mil infantes hasta los muros della y se retiró y de la retirada vino a esta dicha ría la cual ocupó desde Boças hasta Rande dejando en la isla de Cíes veinte naves en guardia y hubo seis mil peones en tierra, la mayor fuerza desembarcó en Teis y la más por Santa Marta y Coya y tomaron y ocuparon Nuestra Señora del Castro y entraron en esta villa sin resistencia y la saquearon y quemaron la iglesia mayor toda y llevaron las campanas y quemaron los monasterios de los frailes y monjas y las mejores casas de la villa hasta doscientas y setenta casas y no murieron sino dos mujeres desta villa… (sic)». Por relatos posteriores sabemos que las víctimas entre los vigueses fueron algo más numerosas.
Tres días después de la llegada a la ría de Drake, llegó a la ciudad Luis Sarmiento, señor de Salvaterra, acompañado de numerosas milicias portuguesas y vasallos que dieron muerte a unos quinientos ingleses e hicieron prisioneros a otros doscientos. Colaboró en la expulsión de los ingleses el obispo de Tui, responsable de haber enviado cerca de unos cuatrocientos mosqueteros. Tras el incendio que asoló la ciudad, se hizo un rápido recuento de los daños que causó la visita de los británicos; por suerte, se estima que a la llegada del corsario ingleses abandonaron la ciudad los dueños de unas 600 casas.
Durante los tres días que estuvieron los ingleses en la ría, no se contentaron con destruir las iglesias, los monasterios y las casas, si no que también pusieron de su parte para adoctrinar a los prisioneros en el protestantismo británico. Así pues, tras prender fuego a las iglesias de Bouzas y de Coia, consiguieron capturar a Alonso Pérez de Ceta, un hidalgo de este última barrio que tenía una pomposa casa al lado de la última de estas iglesias, cuya cabeza cortaron y clavaron en una pica, mientras que sobre el torso de este insertaron el semblante de un gorrino. Aprovechando que los moradores de la ciudad habían huido, los atacantes asaltaron todas las casas de la villa viguesa para posteriormente prenderles fuego. A mayores, se dice que cuando los ingleses levaron anclas e izaron las velas para volver a Inglaterra, un fuerte viento hizo que dos buques de la armada inglesa fueron arrastrados hacia la costa de la vecina población de Cangas. Al haber perdido el control de las embarcaciones, ambas chocan contra las rocas de la ría y se quedan totalmente varadas sin posibilidad de que el grupo volviera a rescatarlas. Aprovechando el desconcierto de la tripulación de ambos navíos, los vecinos de Cangas salieron al paso de los británicos para prender fuego a las naves, matar al mayor número de atacantes que no habían llegado a embarcar en los botes salvavidas y rescatar a los españoles hechos prisioneros durante la contienda. Al día siguiente, una de las últimas embarcaciones inglesas en abandonar el fondeadero de Cíes, es azotada nuevamente por el fuerte viento y encalla en la costa de una de las islas. Allí, sin posibilidad de ser asaltados por los locales, se apresuran a retirar todos los cañones del buque siniestrado para posteriormente prenderle fuego. Cuentan las historias de los locales que en tiempos de fuertes mareas, cuando la arena es arrastrada mar adentro por la virulencia de las corrientes marinas, aún pueden verse parte de estas embarcaciones inglesas varadas en la entrada de la ría.
A pesar de que el ataque no causó un gran número de muertes entre los vecinos de la ciudad, los ingleses consiguieron destruir gran parte de las instalaciones que utilizaban los vecinos en su vida cotidiana, obligando a los comerciantes de la urbe, que daban trabajo a la gran parte de los mareantes del puerto, a cesar todo trato y comercio de mercancías. A mayores, los destrozos que había causado el ataque de los británicos atrajo a un número importante de corsarios que, fondeados en las Cíes, esperaban a la salida de cualquier tipo de embarcación de bandera española para asaltarla, lo que impedía a muchos pescadores hacerse con las capturas necesarias para sobrevivir.
Tras el tercero de los ataques, el puerto totalmente bloqueado, la pesca y el comercio paralizado por completo, y la competencia pesquera con el puerto de Bouzas (donde se pagaban menos impuestos que en Vigo), sumió a la ciudad en una profunda crisis que se vio agravada por la famosa epidemia que asoló a toda España en 1598.