El puerto pesquero tiene su mayor actividad en las horas nocturnas, y llegando la madrugada, cuando los barcos de todos los tamaños van llegando al puerto, aumenta la intensidad y el movimiento de carros, camiones y trabajadores, el olor a pescado fresco y el bullicio portuario de quienes se ganan la vida exponiendo la suya propia un día tras otro frente a ese mar que a veces engulle, insensible, el diezmo de lo que nosotros tomamos.
Y luego dicen que el pescado está caro, pero no son los propios marineros, precisamente, quienes se enriquecen de esta tarea milenaria. Son otros los que más ganan, aquellos que se han introducido en la cadena entre los que pescan y quienes lo consumen, eslabones inevitables, quizá, pero de peso desproporcionado, pues no arriesgan lo mismo que esos hombres que navegan en pequeños barcos como el de la fotografía, naves minúsculas que buscan el abrigo del puerto acompañados con las luces de la noche.