Los sindicatos y demás asociaciones de trabajadores habían florecido de una manera repentina de entre los barrios industriales de las principales ciudades españolas y, pronto, acabarían por extenderse por el resto de la península. Los inicios de los movimientos obreros no fueron fáciles, y tuvieron que pasar muchos años hasta que fueron finalmente amparadas por la legislación española como organizaciones necesarias para la defensa de las condiciones laborales de la ciudadanía. Por la contra, la fuerte presión que ejercieron estos grupos durante los primeros años en los que su estatus jurídico no estaba del todo claro, hizo que muchos empresarios acabaran tomando medidas drásticas para quitarse de en medio a los cabecillas de estas organizaciones. Los empresarios empezaron a contratar a bandidos y sicarios que se encargaban de hacer desaparecer a los líderes sindicales más inoportunos – especialmente a los líderes de la CNT que organizaban el entramado anarquista desde dentro de las empresas – dando comienzo a lo que se llamo el pistolerismo. Los sindicatos no tardaron en organizar pequeños escuadrones armados como respuesta a la violencia desmedida de la patronal. Las estimaciones afirman que murieron de esta forma cerca de 200 obreros y unos 20 empresarios, la mayor parte concentrados en Cataluña, la zona más pujante de todo el desarrollismo industrial español.
Es cierto que la trágica moda de los pistoleros se propagó por el resto del territorio nacional a la par que lo hacían los movimientos sindicales, pero de una forma algo más relajada de lo que estaba pasando en Barcelona. Una vez entrados en pleno siglo XX, Vigo ya se había consolidando como una de las ciudades industriales más importantes de España. La espectacular marcha de la industria conservera había propiciado la aparición de muchas nuevas empresas interesadas en afincarse en Vigo y disfrutar de los inusitados beneficios que aportaba el buen enclave geográfico de la ciudad al entramado pesquero de la urbe. Muchos de los empresarios que se acabaron instalando en el municipio y que acabaron acaudillando el progreso industrial de la antigua villa habían venido de Cataluña, y con ellos se acercaron numerosos vecinos de los municipios rurales de toda la comarca atraídos por los cuantiosos puestos de trabajo y las buenas expectativas laborales que ofrecía la industria viguesa frente a la estivalidad de la ganadería y la agricultura del rural gallego. Al igual que pasó en Cataluña, la gran afluencia de trabajadores propició la aparición de organizaciones sindicales de todo tipo, que acabarían por hacer destacar a Vigo como una de las ciudades sindicales más activas de toda Galicia y España.
La aceptación de estas organizaciones en Vigo fue cambiando paulatinamente con el paso de los años. En un primer momento, el desconocimiento de los empresarios hizo que fueran mal vistas y repudiadas como entidades para la defensa de los derechos laborales de los trabajadores. Durante unos años, las huelgas en la ciudad fueron intensas y constantes, especialmente entre las trabajadoras de las plantas de procesado de conservas y más concretamente entre los trabajadores de la fábrica de los hermanos Portanet. Si lo comparamos con la violencia sindical de las organizaciones catalanas, las movilizaciones obreras en Vigo fueron mucho más pacíficas y en muchos de los casos fructuosas. Sin embargo, en un contexto en el que los empresarios eran vistos como enemigos y las pasiones de la conciencia de clase estaban a flor de piel, era bastante fácil que existieran determinados elementos o grupos de personas exaltadas que no dudaban en sacar a relucir sus pistolas contra el enemigo de turno.
Precisamente esto fue lo que pasó en pleno centro de la ciudad en noviembre de 1932, en este caso la víctima fue el abogado pontevedrés, pero afincado en Vigo, Valentín Paz Andrade. Eran las tres de la tarde cuando este salió de tomarse un café junto a Ramón Isla Couto – quien acababa ser repatriado hacía pocos días desde Buenos Aires – en el establecimiento llamado Saboy, justo en la calle del Príncipe, que por aquel entonces y en tiempos de la Segunda República había cambiado su nombre a calle del Capitán Galán. En su camino de vuelta a sus quehaceres, ambos se detuvieron a hablar entre la “Casa Melchor” y la tienda del “Guante Varadé”, cuando dos individuos se acercaron por detrás de la pareja y a menos de un metro de distancia dispararon entre ocho y diez tiros al de Pontevedra. Este, al oír el primer disparo, se tiró al suelo por causa de lo repentino del ataque mientras trataba de encontrar refugio junto al gallegista Couto en la referida tienda de guantes. Mientras el señor Andrade se arrastraba por el suelo, los asaltantes aprovecharon la ocasión para descargar toda la munición de las dos pistolas del calibre 6.35 con la que habían perpetrado los primeros disparos.
Una vez el herido consiguió entrar dentro del “Guante Varadé”, los asaltantes salieron huyendo en dirección a la Puerta del Sol perseguidos por dos agentes de policía, los inspectores Oca y Prada, que se encontraban en el café Saboy en el momento en el que se produjo el atentado. Los fugitivos no dejaron de disparar a sus perseguidores durante toda la huida a lo que los policías respondieron haciendo uso de sus armas en lo que acabó en un sonoro tiroteo en el centro de la ciudad. Intrigado por el ruido de los disparos, salió Vicente Valladares del Gimnasio, una de las asociaciones de recreo de más alta alcurnia de la ciudad, para ver que estaba sucediendo justo en el momento en el que fue alcanzado por una de las balas del fuego cruzado.
En la fuga, uno de los dos asaltantes iba corriendo de espaldas y resbaló, lo que facilitó que fuera capturado por la pareja de policías más dos guardias urbanos que les habían salido al paso, mientras que el otro fue detenido unos metros más adelante en la calle del doctor Cadaval. Los pistoleros resultaron ser Vicente Valés Lorenzo, de 35 años, natural de Ferrol, secretario del comité local de la CNT y secretario del Comité Pesquero de Bouzas; y Emilio Costas Fernández, natural de Tuy, 19 años, panadero y vecino del barrio de Teis. El motivo del ataque estaba relacionado con la labor que desde hacía tiempo Paz Andrade venía ejerciendo como asesor jurídico de la entidad “La Marítima”, sita en el barrio vecino de Bouzas. Desde hacía unos años, la CNT estaba en pie de guerra en contra de la patronal armadora de la ciudad al considerar abusivas las condiciones laborales del gremio de los pescadores, lo que se materializó en una prolongada huelga pesquera. Esta tan solo había sido una de tantas otras acciones subversivas que el grupo anarquista realizaba en el contexto de guerra contra las autoridades que afirmaban llevar a cabo.
Por la contra, el abogado se recuperó no sin antes haber sido intervenido de las múltiples heridas de bala que había sufrido: uno en el pariental derecho con orificio de entrada y de salida, otra en el codo, otra en la nuca y la última en el cuello. Fue intervenido en el hospital de la calle Pérez Galdós por los renombrados médicos Troncoso y Garra. Los proyectiles de las dos últimas heridas le fueron extraídas y, a pesar de lo complicado que pudo parecer, el señor Andrade consiguió mejorar rápidamente, lo que no le impidió seguir con sus labores de jurisconsulto.