“Esto es increíble, está en perfecto estado a pesar de las pintadas y los restos de botellón, pero la gran mayoría de personas que la visita no sabe que existen estos túneles”. El arquitecto gallego Pedro González acaba de licenciarse con un proyecto para recuperar la vieja batería militar J4 de Cabo Silleiro y rescatarla del abandono hasta convertirla en un atractivo turístico.
Los cuatro cañones jalonados en la ladera del monte que cierra por el sur la ría de Vigo son parte del agreste paisaje desde hace siete décadas. Miles de jóvenes cumplieron allí el servicio militar y miles de personas visitan ahora sus restos para disfrutas de las excelentes vistas de las Rías Baixas sin saber los secretos que se abren bajo sus pies.
Fue construida tras la Guerra Civil y entró en servicio a inicios de la década de los años 40 como batería costera para proteger a España de un ataque por mar que nunca llegó a producirse. Ubicada sobre el faro que regula el tráfico portuario, las viejas instalaciones militares se caen por la falta de mantenimiento y poco queda de los edificios que acogieron a cientos de reclutas.
Pero bajo la tierra se abren 200 metros de galerías que se conservan en muy buen estado pese al vandalismo. Excavado sobre granito, un túnel con un eje principal y varias ramificaciones conectan las piezas de artillería Vickers con el búnker de telemetría, ubicado en la zona más alta para poder divisar el horizonte hasta detectar supuestas incursiones enemigas.
Historias de la mili
Pedro se conoce el terreno como la palma de su mano. Su padre y su tío se pasaron allí año y medio cuando era obligatorio ofrecer servicios militares a la Patria. De aquellas historias que todavía le cuentan en casa, nació su admiración por un lugar que ahora tiene un encanto fantasmagórico, pero que durante mucho tiempo tuvo una actividad frenética.
“Realizaban prácticas de tiro todos los días, sin pólvora, eso sí”, ríe este arquitecto gallego que recibió el pasado año las felicitaciones del tribunal de la Universidad de Navarra que examinó su proyecto de fin de carrera. Mantiene que la recuperación de la zona no precisaría de una gran inversión y propone una concesión hostelera para que su mantenimiento no dependa de las arcas de la administración.
Con el sol todavía naciendo tras la montaña, Pedro González se convierte en guía de excepción para ELMUNDO.es y explica de forma pormenorizada cada detalle de un recinto que todavía pertenece al Ministerio de Defensa. El Concello de Baiona ha pedido insistentemente que sea traspasado a Medio Ambiente para convertir la zona en un parque natural, pero la crisis ha paralizado una iniciativa que en principio fue bien acogida.
Tras ascender por la serpenteante carretera y admirar las impresionantes vistas de la ría de Vigo, aparecen como primeros vestigios dos viviendas derruidas, la del sargento y la del capellán. Un gran arco de piedra, con el escudo del régimen franquista arrancado pero con las alas del águila todavía visibles, dan acceso a varios edificios en los que el techo ya no existe y que están inundados por pintadas, escombros y desperdicios.
Lo que entonces fue cantina, hogar del soldado, cocina, habitaciones de los oficiales e incluso pista de deportes está amparado por dos gruesos muros que protegen del fuerte viento que reina durante todo el año. Las puertas de acceso a los barracones y al túnel principal están selladas, pero en uno de sus extremos se abre un boquete.
Sin grietas ni humedades
“El Ayuntamiento está cansado de cerrarlo, pero lo abren una y otra vez”, dice Pedro segundos antes de iniciar un sorprendente viaje provistos de linternas por el interior de los pasadizos. Desde la sala de máquinas se puede acceder al centro de telemetría, situado varios metros por encima, gracias a tres tramos de escaleras metálicas. En sentido descendente se abre un impresionante pasadizo que va dejando a la vista numerosas estancias y que todavía conserva los raíles por lo que se llevaba la munición sobre vagonetas.
El guía destaca la calidad de la construcción. “No existen grietas y apenas hay humedades, estructuralmente no tiene ningún problema”, indica mostrando las paredes y los techos abovedados.
Sabe que la construcción del cuarto cañón data de inicios de los 70 porque su tío participó en ella, pero le costó mucho encontrar los planos originales.
Defensa le proporcionó el proyecto original que le ha servido para desarrollar su plan de recuperación, basado en un hotel en la parte más alta y en la adaptación de los subterráneos como centro de interpretación. “No sería caro, unos 600.000 euros para dejarlo en perfecto estado y con visitas guiadas que podrían estar dirigidas por la concesionaria del hotel”, propone.
La batería más alta es la de acceso más complico y eso ha beneficiado su conservación. No queda nada excepto el potente cañón que está cegado desde el exterior y hasta las placas metálicas de menor valor han sido arrancadas. Tras un descenso de 50 metros por pasadizos y escaleras, se pueden observar las otras tres piezas de artillería, mucho más deterioradas por actos vandálicos.
Reapertura por el “Prestige”
Hace ya más de 20 años, coincidiendo con el fin del servicio militar obligatorio, la batería dejó de funcionar y hasta 1998 estuvo vigilado por un retén de apenas cuatro hombres. Las pintadas delatan el principio del fin y en las firmas se puede comprobar que ninguna es anterior a 1999.
Desde el exterior se puede ascender también al búnker de telemetría, cuya planta superior fue reabierta en el año 2002 para poder observar la evolución de las manchas de petróleo que el “Prestige” arrojó sobre la costa de Galicia. En la estancia inferior todavía se aprecia un mapa de la ría dibujado sobre el azulejo y recreaciones de viejos barcos de guerra que facilitaban a los militares la difícil tarea de identificación.
“Todavía estamos a tiempo de recuperarlo”, afirma esperanzado Pedro González. La cercanía del Camino Portugués de Santiago es otro activo que no descarta como opción para reforzar un proyecto que ya conoce el Concello de Baiona y que intentará luchar contras las restricciones económicas para poder ponerse en marcha.