La Rúa do Príncipe de la ciudad de Vigo, como otras calles comerciales de las grandes ciudades, ofrece el espectáculo de algunos artistas callejeros que suelen aparecer y desaparecer según la época del año: violinistas que tocan piezas de música clásica, grupos de música moderna, titiriteros que hacen las delicias de pequeños y mayores con sus marionetas que mueven al ritmo de la música, algún virtuoso guitarrista con su guitarra eléctrica, cantantes acompañados de su guitarra, un hombre que toca el banjo acompañado por una pequeña e ingeniosa percusión que maneja con su pie.
En alguna ocasión se ha visto algún intérprete de didyeridú, ese instrumento de origen australiano que se fabrica ahuecando un árbol del tipo de los eucaliptos, y que se toca soplando con la boca por un extremo. Sin olvidar la presencia de algún artista tocando el harmonic, una especie de palangana metálica negra con algunas hendiduras sobre las que el intérprete desliza sus dedos consiguiendo unos sonidos armoniosos y singulares, y cuyo precio, por cierto, resulta muchísimo más caro que una simple palangana.
Pero lo sorprendente durante estos días ha sido este hombre que muestra la fotografía y que toca la batería de cocina y algunos otros enseres consiguiendo un sonido similar al de una batería convencional de música. Su actuación consigue reunir mucha gente a su alrededor, porque nadie podría imaginar que esos utensilios cotidianos de cocina también podrían servir para hacer música, aunque el mérito, por supuesto, lo tiene el artista.