La mayoría de los transeúntes, embebidos en sus quehaceres cotidianos, no repararon ni en la escena ni en el contenido del interior del vehículo. Allí había varias cajas de cartón y entre ellas las piezas de lo que a simple vista parecía un cadáver desnudo y descuartizado: el torso por un lado, las piernas por otro, los brazos desencajados… El hombre montó aquellas piezas con destreza, tomó el muñeco en peso como quien lleva una bolsa de la compra, y cruzó la calle con toda naturalidad en dirección a una de las mejores mercerías de la ciudad: “Conchi Piñeiro”, en el número 64 de la avenida de las Camelias. No era de extrañar: los maniquíes son seres inanimados y muy manejables; se dejan transportar y vestir, e incluso se pueden volver a desarmar en piezas como un Mecano y guardarlo para cuando nos convenga montarlo de nuevo. Los maniquíes recuerdan a la sociedad española actual, que es manejada a su antojo por los políticos. Pero este maniquí, en concreto, ahora luce espléndido en un escaparate de la mencionada mercería vestido con las últimas tendencias de ropa interior.