O Calvario, en concreto, constituye un rincón con enorme encanto. Sin embargo, muchas personas desconocen ese barrio o no lo visitan desde hace años. La calle peatonal, por ejemplo, fue en otro tiempo una calle de paso para el tráfico rodado que llegaba de Ourense, de A Cañiza, de Ponteareas o de Porriño, por una carretera nacional estrecha y llena de curvas, algunas de ellas muy peligrosas. Precisamente, un poco más arriba del Mercado, aún existe una cafetería tradicional llamada “Alaska”, frente a la que en los años cincuenta del pasado siglo XX existía una especie de aduana que llamaban fielato, que controlaba la introducción ilegal de ciertos alimentos en el perímetro urbano, tales como carne, huevos o aceite, entre otros. Un control similar también existía en lo que hoy es el cruce de Peniche, en la confluencia de las calles Pí y Margall, Tomás Alonso y López Mora, exactamente donde está la Plaza da Aperta, diseñada por Antón Pulido. Todos los autobuses de linea tenían la obligación de detenerse frente a la oficina del fielato. Entonces, los agentes subían al autobús para inspeccionar el posible estraperlo e incluso hacían levantarse a los pasajeros para revisar bajo los asientos, algunos de los cuales estaban rajados para aprovechar el escondite. Pero O Calvario merece ser recordado por otras muchas vivencias de mayor importancia y mucho más agradables. El Mercado, que puede observarse en la fotografía, está considerado como uno de los mejores de la ciudad y su entorno está lleno de pequeños comercios que han sobrevivido a los embates de las grandes superficies. Y las calles, a su vez, están llenas de vida, de agradable ambiente de barrio, muy alejadas del enorme ajetreo de una ciudad que nunca descansa.