El sol y la coincidencia con el tradicional mercadillo de los domingos contribuyeron si cabe a animar a más ciudadanos a acudir a la villa marinera para compartir con los vecinos la décimo tercera edición de la fiesta de la Brincadeira, con la que se conmemora la expulsión de los franceses en 1809 de Vigo y Bouzas, que entonces era municipio independiente.
La afluencia volvió a superar un año más las previsiones de la organización, que contabilizó 160 puestos, casi medio centenar más que el año pasado. Entre ellos, personas vestidas de época y otros muchos que no pero que se animaban a comprar los populares «bolos preñados» de chorizo, empanadas, bocadillos y más golosos, postres de todo tipo. Desde primeras horas, encontrar un puesto en una terraza se convirtió en una tarea casi imposible y a medida que fueron pasando las horas, se fueron llenando también los puestos que ofertaban churrasco.
En la alameda de la Pérgola, los curiosos se agolpaban alrededor de los artesanos que realizaban tejas con barro, tallaban madera, trabajaban la piedra o soldaban espadas en una pequeña fragua. Otros se centraban en contemplar y comprar en los puestos de artesanía, que vendían desde jabón hasta bisutería pasando por prendas de ropa o delicadas piezas de cerámica. Y alrededor de todo, entre el aroma a chorizo y churrasco en unas zonas y a churros en otras, en medio de la multitud, la música tradicional intentaba hacerse oír.