Difícilmente puede verse la luz del semáforo, o leerse el cartel del autobús o la matrícula de los coches que circulan por una céntrica calle. La niebla es densa y caprichosa y aparece preferentemente por la mañana y de nuevo al atardecer, como un manto que le confiere una singular textura al ambiente que rodea la ciudad. Pero ese romanticismo de la niebla, tan perseguido por fotógrafos y poetas, no resulta tan agradable para quienes padecen de enfermedades reumáticas. Son las nieblas otoñales y, aunque parezcan persistentes, en realidad son tan efímeras y pasajeras como las propias estaciones del año.