Pahíño contó siempre que fue un viejo maestro, llamado Emilio Crespo, quien le inculcó el placer por la lectura cuando era un niño en la escuela de San Paio de Navia. El delantero vigués, uno de los grandes goleadores de la historia de la Liga, siguió leyendo cuando se convirtió en futbolista profesional, mientras sus compañeros mataban el tiempo cantando, haciendo bromas o jugando a las cartas. Sus autores favoritos eran los grandes maestros del realismo ruso, sobre todo Dostoievski y Tolstoi. No era fácil conseguir sus obras en la España franquista de los años 40 y 50 del siglo XX, pero a veces mencionó que un librero de Las Ramblas, en Barcelona, le conseguía aquellos libros en una época en que resultaban tremendamente sospechosos. De hecho, él mismo comentó siempre que fue apartado de la Selección española cuando era, junto a Telmo Zarra, el mejor ariete del país, después de ser señalado como un ‘futbolista rojo’. Por esta razón se perdió el Mundial de Brasil de 1950, pese a que por entonces era la gran referencia goleadora del Real Madrid, con el que conseguiría el trofeo Pichichi al año siguiente.
Pero la carrera de Manuel Fernández Fernández, que era su verdadero nombre, nace con el Celta. Como juvenil, había comenzado en Vigo en el Navia Club de Fútbol antes de recalar en el Arenas de Alcabre, del que pasó al Real Club Celta en 1943. Su primer partido, el 26 de septiembre de aquel año, fue una debacle celeste, con una contundente derrota por 7-0 ante el Atlético Aviación. Pero el cronista Manuel de Castro ‘Handicap’ vio algo en aquel chaval de fuerte complexión y fútbol contundente. De modo que, en su crónica en Faro de Vigo, le dedicó un elogio en medio del naufragio general del equipo: “El novel ‘Pahíño’ actuó con tesón y mereció mejor suerte en el remate”. Desde entonces, su sobrenombre se convirtió en su identidad y Pahiño comenzó a llamar la atención por sus goles. El primero lo anotó el 30 de enero de 1944 ante la Real Sociedad y el 9 de abril hizo su primer doblete en la derrota celeste ante el Granada Club de Fútbol por 5-2. Aquella temporada de su debut apenas hizo ocho goles, pero sus registros se dispararon en las sucesivas, incluyendo su primer hat-trick el 21 de octubre de 1945 ante el Alcoyano.
Entre 1946 y 1948, Pahiño se infló a meter goles con el Celta, que había reunido a un equipo deslumbrante por su fútbol, con figuras como Miguel Muñoz, Leonardo y Alonso. En la temporada 1947-48, el delantero vigués fue decisivo para que los celestes terminasen cuartos en el campeonato de Liga y alcanzasen su primera final de la Copa de España, que perdieron contra el Sevilla. Aquel año, Pahiño logró su primer trofeo Pichichi, con 23 tantos, lo cual llamó la atención de Santiago Bernabeu, el presidente del Real Madrid, que buscaba fichajes que llevasen al público al nuevo estadio de Chamartín y con los que hacer un equipo campeón. Poco después de la final copera, el equipo blanco ya hizo una oferta por Miguel Muñoz y, más tarde, pagó al Celta casi un millón y medio de pesetas por el delantero. Se dice que Pahíño, como era vigués y venía del fútbol local, estaba muy mal pagado. El periodista Alfredo Relaño afirma que sólo cobraba 18.000 pesetas por temporada, una cifra irrisoria en esa época, y que se indignó cuando el club intentó racanear un aumento de sueldo acorde con sus goles. En una nueva muestra de su fuerte carácter, cuentan que escribió cartas al Madrid, al Sevilla y al Valencia para ofrecerse. Cuando llegó la oferta madridista a Balaídos, el delantero fue apartado del equipo y lo mandaron a entrenar en solitario a la playa, entre acusaciones de traidor y “antigallego”. Pero su venta contribuyó a sanear las maltrechas cuentas del Celta, aunque se echaron de menos sus goles, que comenzó a anotar en Chamartín con una eficacia nunca vista. De hecho, debutó con gol el 12 de septiembre de 1948 en el partido ante el Sabadell, logró después su segundo trofeo Pichichi, en la temporada 1951-52, y se convirtió en el máximo goleador histórico del club capitalino, con 125 goles, que sin embargo no le sirvieron para conseguir su renovación, porque la política de Bernabeu era renovar año a año a los futbolistas mayores de treinta años, edad que el vigués acababa de cumplir.
Finalmente, se marchó al Deportivo de La Coruña, donde jugó tres años junto a otros grandes nombres como Arsenio Iglesias o Luis Suárez. Para colmo, su primer gol con los blanquiazules se lo marcó al Celta en la temporada de su estreno en 1953.
Pero todos sus éxitos no fueron suficientes para afianzarse como internacional por España, porque fue tachado de “rojo”, un tipo peligroso que no encajaba con los rigores de la dictadura. Él mismo lo contó muchos años después: “Ser de izquierdas me impidió ir al Mundial de Brasil en 1950”.
Desde luego no ayudaron aquellas lecturas de Dostoievski durante las concentraciones, más interesado en el mundo de Raskólnikov o de los hermanos Karamazov que en las hazañas de Roberto Alcázar y Pedrín o en las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Aquello de leer a rusos no podía ser nada bueno. Y, menos, cuando en medio de la noche se levantaba en el hotel para ir a leer al cuarto de baño, para que la luz no molestase a su compañero, en un momento en que los futbolistas compartían habitación en los desplazamientos. Aquellos raros hábitos nocturnos, a ojos de los otros jugadores, contribuyeron a alimentar la teoría de la conspiración.
Pahiño sólo participó en tres ocasiones con la Selección Nacional y quedó encasillado desde el primero de ellos, el 20 de junio de 1948 ante Suiza, cuando fue el autor de uno de los tantos del empate 3-3 final. Sin embargo, en el descanso, ganando España 1-2, bajó al vestuario el general Gómez Zamalloa, que era vocal de la Delegación Nacional de Deportes. El militar consideró apropiado lanzar una arenga y proclamó: “¡Muy bien, muchachos! ¡Y ahora, señores, cojones y españolía, que el partido no se les puede escapar!”. Sorprendido por la soflama, Pahiño por lo visto esbozó una sonrisa irónica de la que tomó buena nota el general, quien le puso una cruz de la que ya nunca podría liberarse. «No recuerdo el nombre del general porque no lo sabía, pero yo no me privaba de decir que ese señor que representaba al fútbol español estaba equivocado», apuntó en entrevista en los últimos años de su vida.
En el siguiente partido ante Bélgica, el vigués ya sólo jugó veinte minutos y luego fue apartado de la Selección y no fue convocado para acudir al Mundial de Brasil de 1950, pese a que era el máximo goleador del momento. Pahiño tendría una postrera aparición con España, en un partido contra Irlanda el 27 de noviembre de 1955, en el que marcó los dos goles del empate 2-2. Fueron en total tres partidos y tres goles, un bagaje digno de los más grandes arietes de la historia, pero insuficiente para un futbolista con fama de “rojo”. En una entrevista ya en democracia comentó: “Gocé del peor de los amores: el amor propio”.
Fue, desde luego, una persona culta y con una personalidad sólida, algo que no gustaba a las autoridades del momento. Pahiño terminó su carrera con el Granada en Segunda División y se retiró tras catorce temporadas en el fútbol profesional en las que sumó 273 goles en 367 partidos.
Tras su retirada, se compró un barco pesquero y se instaló en el puerto de Pasajes, tras lo que se afincó finalmente en Madrid. En una familia con cultura es más fácil que aparezcan artistas, y sus hijos Nacho y Patricia Fernández Goberna se dedicaron a la música, el primero como compositor en la banda ‘La dama se esconde’ y la segunda, como cantante del grupo ‘Trigo Limpio’ que representó a España en Eurovisión en 1980.
En el año 2010, Pahiño recibió el homenaje de su parroquia de Navia, en Vigo, donde se dio su nombre a un campo de fútbol. Manuel Fernández Fernández falleció en 2012, meses antes de cumplir los 90 años.