Hace ahora cuarenta años, Vigo se sumergió en el caos bajo un curioso lema: “Pases pro bus”. En octubre de 1980, estudiantes de toda la ciudad tomaron las calles provocando una oleada de disturbios y guerrilla callejera que dejó más de la mitad de los autobuses de Vitrasa apedreados o incendiados. La policía, que llegó a pedir refuerzos de antidisturbios desde León, ocupó los institutos. Y el curso caótico tuvo momentos de máxima tensión. Aquella revolución cumple ahora cuatro décadas.
El saldo de la revuelta no fue menor. De los 119 autocares con que contaba Vitrasa, un total de 56 fueron destrozados en apenas seis meses. Y los que se salvaron viajaban escoltados por furgonetas de la policía antidisturbios.
Las protestas estallaron a comienzos de octubre de 1980, convocadas por las asambleas de alumnos en los institutos Santa Irene, Coia 2 y Coia 4. Los estudiantes reclamaban tarjetas de descuento en el transporte público, que bautizaron como “pases pro bus”. Pero, en el fondo de aquella revuelta, latía una crisis económica galopante y una democracia que no terminaba de arrancar. Como prueba de ello, Tejero daría un golpe de estado, ocupando el Congreso de los Diputados durante aquel mismo curso, el 23 de febrero de 1981.
Para canalizar las movilizaciones, se creó una Coordinadora Aberta de Estudantes. Y en aquellas asambleas se forjaron futuros líderes políticos de la ciudad, como por ejemplo el alcalde Lois Castrillo, quien en un pleno municipal en 2001 recordó que había participado muy activamente en la revuelta. Aunque lo cierto es que la movilización fue una amalgama de ideologías, con carácter muy espontáneo y donde, de alguna forma, los estudiantes imitaban a sus hermanos mayores, que vivían años durísimos, con una galopante crisis industrial ante el desmantelamiento del sector naval. El resultado de todo aquello fue una ciudad que parecía en guerra.
A mediados de octubre, las asambleas se extendieron a Maestría y a los institutos de Teis y O Calvario. Comenzaron a aparecer pintadas –“Pases pro bus”- y se celebraron pequeñas concentraciones. Pero todo se radicalizó a partir de noviembre. Desde ese mes y hasta Navidad, todos los días se cortaba el tráfico por la mañana en la plaza de América y en Policarpo Sanz. Y comenzó la caza de los autobuses, como una guerra de comandos.
El día más dramático fue el 27 de noviembre de 1980. Solo en esa jornada, 30 autobuses de Vitrasa fueron destrozados. Cuando los autocares se detenían en las paradas, los estudiantes les pinchaban las cuatro ruedas. Se forzaban los depósitos de combustible para echar azúcar en su interior. Y se paraban los vehículos y se hacía salir a los pasajeros para, posteriormente, apedrearlos hasta que no quedaba un solo cristal entero.
Si no se destrozó el mobiliario urbano fue simplemente porque no existía. Los estudiantes reclamaban también algo tan básico como marquesinas en las paradas de autobús para guarecerse de la lluvia. Pero hay que recordar que en aquella no había ni contenedores de basura: las bolsas de desperdicios se dejaban apiladas junto a las farolas para que las recogiese el camión.
Quienes recuerdan aquella revuelta, en el otoño de 1980, tienen en la memoria imágenes propias de una intifada o de la guerra en el Ulster. En días sucesivos, catorce autobuses fueron incendiados con cócteles molotov por los estudiantes vigueses. “Hubo minutos en que en Policarpo Sanz ardían cinco gigantescas hogueras”, escribía en su crónica el Faro de Vigo el 21 de noviembre: “a las diez de la noche, si bien decrecidos los incidentes en las calles céntricas, en O Calvario un grupo causó destrozos a un autobús e intentó volcar otro”.
El 1 de diciembre, Vitrasa cifraba los daños en dos millones de pesetas, una pequeña fortuna para la época.
Para sofocar la rebelión, el gobernador civil de Pontevedra ordenó traer desde Zamora a cien agentes antidisturbios. A partir de diciembre, en todas las líneas que atravesaban el centro viajaba un policía con escudo y casco junto al conductor. Además, coches patrulla y furgonetas policiales daban escolta a muchos autobuses.
El 17 de diciembre pudo desembocar en una tragedia. Aquella mañana, dos autobuses eran apedreados por completo frente al instituto Coia 2. Y la policía cargó, disparando balas de goma y gases lacrimógenos. Los estudiantes se refugiaron en el centro educativo. En el Santa Irene, los antidisturbios entraron en las aulas, disparando botes de humo contra los alumnos. Durante casi veinte años, el reloj del instituto estuvo parado dando las once y diez, la hora de aquella batalla campal. El agujero provocado en la esfera por un proyectil no fue reparado hasta el año 2000.
“Dos vehículos fueron destrozados en las inmediaciones del instituto de Coia con agentes de la policía dentro”, relataba el periódico de aquel día infausto. Y, en la plaza de la Industria, un policía que viajaba en un Vitrasa, al verse rodeado, bajó del vehículo, sacó su arma reglamentaria y efectuó varios disparos al aire. “¿Que pueden hacer dos policías contra doscientos individuos, aunque sean chavales?”, se preguntaba más tarde el conductor del autocar atacado.
Concello y concesionaria, mientras tanto, celebraban reuniones para intentar crear un billete económico. Pero Vitrasa se negó en redondo, aduciendo que el servicio no sería rentable. Su única medida fue instalar cristales blindados en los autobuses, ya a partir de enero de 1981. Pese a ello, los estudiantes lograron aun destrozar a pedradas los parabrisas de otros veinte autocares en los meses sucesivos. También se pintaban con botes de spray con los conductores dentro, asustados.
Con el paso de los meses, el conflicto de “Pases pro bus” se fue diluyendo. Continuaron las asambleas de la Coordinadora Aberta de Estudantes, pero los ataques a los autobuses cesaron. Tampoco había mucho más que apedrear, con media flota destruida y la propia Vitrasa con restricciones en las líneas por la falta de vehículos.
Hacia la primavera de 1982, ya sólo había “coladas generales”, en las que los estudiantes tomaban los “vitrasas” por asalto para viajar gratis. Y, finalmente, en el verano de 1982, mientras Naranjito animaba a Camerún en Balaídos, se extinguió por completo aquella revolución increíble. Ahora se cumplen cuarenta años de una guerra y de su lema: “Pases pro bus”.