Bajando por la viguesa calle Poboadores existen unas pisadas dibujadas en el suelo en dirección al cruceiro que está frente al portalón inferior del antiguo asilo de ancianos. Las pisadas, que son de color azul y vienen incluso del Paseo de Alfonso XII, marcan, sin duda, un misterioso itinerario que bien podría conducir al paseante hacia el callejón de la Barroca, donde todavía existe una pequeña fuente. Esta consiste en un simple caño que vierte agua sobre una piedra ya desgastada por la erosión y el paso del tiempo, uno de tantos testigos inanimados de la historia viguesa. Porque el Casco Vello de Vigo encierra, sin duda, numerosos rincones pintorescos que ni siquiera conocen la mayoría de sus habitantes, como también es el caso de un antiguo lavadero que existe en las inmediaciones. Pero volviendo a esas pisadas azules, irreales, casi extraterrenales, que nos van llevando calle abajo con un ritmo absurdo e imposible de seguir, por la distancia entre las huellas, nos encontramos con que de pronto se detienen con los pies juntos frente a una de las farolas, como una misteriosa indicación que resulta intrigante. Y es que esa imagen nos hace pensar en alguna actitud que no corresponde, precisamente, a la simple y agradable observación del paisaje, puesto que los tejados de las casas impiden que lo disfrutemos, quizá antaño. En al actualidad, por lo tanto, más parecen indicar la posibilidad de un desahogo de tipo orgánico. De ser así las cosas, no hubiera estado de más el advertir con algún cartel sobre el peligro que conlleva orinar contra una farola, porque esa micción podría convertirse en la última voluntad del visitante.