Dentro de unos días sería el cumpleaños de Julio Míguez Vigo, que fue un gran amigo de juventud y que falleció en la localidad valenciana de Denia en marzo de 2019 sin que yo me hubiera enterado hasta el día de hoy. Julio era vigués de nacimiento, pero la vida lo llevó por otras poblaciones hasta que finalmente fijó su residencia en Denia, donde desarrolló una interesante y fructífera vida profesional.
Me enteré de su fallecimiento un año y medio después, cuando me disponía a felicitarle el cumpleaños, como todos los años. Observaba que hacía tiempo que no contestaba a mis mensajes de teléfono e incluso llegué a pensar que había cambiado de número. Y, como quiera que la pandemia del Covid19 afecta a muchas personas, decidí enviarle un mensaje a través de Facebook, con Messenger. Al entrar en su página de Facebook leí la noticia de su repentino fallecimiento en marzo de 2019, y confieso que me causó una enorme impresión.
Conocí a Julio en una academia de Vigo en la que coincidimos un verano, en nuestros años jóvenes, allá por el final de los años sesenta del pasado siglo. Enseguida conectamos e hicimos una gran amistad. Era una persona tranquila y muy agradable y teníamos aficiones y opiniones comunes.
Nos gustaba la música y él sabía de un conjunto que ensayaba en el local posterior de la iglesia del Sagrado Corazón que en aquella época estaba ubicada en un tramo que ya no existe de la calle Areal, donde ahora hay instalaciones portuarias y unos enlaces con la autopista. Aquella calle de la que hablo transcurría paralela a la Avenida de García Barbón y por allí iba uno de los tranvías que bajaba por la Avenida Sanjurjo Badía, creo recordar que era la línea 4. La pequeña iglesia parroquial del Sagrado Corazón tenía un local en su parte posterior donde ensayaba, con permiso del párroco, el conjunto del que me había hablado.
Julio tenía buena relación con el cura de la parroquia y me llevó al local. Allí disfruté contemplando y tocando por primera vez en mi vida un bajo eléctrico y una guitarra eléctrica, cuando de aquella ni él ni yo teníamos ni idea de cómo tocar los instrumentos ni podíamos comprarlos. Con tanta emoción empezamos a aporrear las cuerdas poniéndole mucho más entusiasmo que sabiduría y con el volumen muy alto, para sentir el sonido y sus vibraciones. Y en esto, por la puerta que comunicaba con la iglesia, aparece el monaguillo muy asustado con un recado del cura para que paráramos porque estaban en plena misa, concretamente en la consagración, y se oía mucho más nuestro ruido que lo que decía el cura. Efectivamente, paramos de inmediato, desconectamos todo aquello, y, como suele decirse, nos fuimos con la música a otra parte. Al día siguiente, eso sí, le pedimos mil disculpas al cura, que aún le duraba el incomodo.
A Julio le gustaban muchas cosas y quería ser piloto de avión. Por eso quería hacer el servicio militar en el Ejército del Aire, para poder acceder a su sueño. Y se presentó a las pruebas. Sin embargo, después me contó que le habían detectado algo en el oído que no le permitía ser piloto militar. Aunque luego hizo realidad su sueño en la aviación comercial comenzando desde los niveles más humildes hasta los más comprometidos, como los peligrosos vuelos de fumigación. Julio era muy valiente, muy decidido, y un auténtico profesional.
Una de las últimas veces que estuve personalmente con él fue hace muchos años, cuando lo encontramos paseando por el monte de O Castro. Todavía se estaba preparando para sacar el título de piloto comercial. Recuerdo perfectamente que iba en compañía de un señor mayor que caminaba lento y con ayuda de un bastón. Me lo presentó, pero no recuerdo el nombre. Era un señor inglés que lo estaba preparando de modo práctico para obtener el nivel de idioma adecuado para examinarse.
Con los años llegó a montar una academia de inglés en Denia que alcanzó una enorme popularidad y prestigio, Academia de la Calle La Mar, y de la que se sentía muy orgulloso, pero sin dejar de lado su pasión por volar, puesto que me había dicho que también tenía una empresa de aviones para diversas tareas.
Después de muchos años sin saber nada el uno del otro nos volvimos a encontrar de nuevo gracias a las nuevas redes tecnológicas, a través de Facebook y del Whatsapp. En uno de sus mensajes —-que aún conservo, por cierto—- me había dicho que cuando viniera por Vigo me llamaría para comer juntos y recordar tiempos pasados, pero nunca llegamos a reencontrarnos. Ahora, por desgracia, nunca será posible. Siempre recordaré a Julio Míguez Vigo con enorme agrado.