Hay relojes de muchos tamaños y de todos los tipos, mecánicos, electrónicos y de sol. Sin embargo, muchos de estos relojes vigueses pasan inadvertidos a la vista de los viandantes. El que ilustra este comentario está ubicado en la Estación Marítima y forma parte de la memoria de quienes vivimos aquella época de la emigración de los años cincuenta y sesenta, cuando la Estación Marítima era el escenario de un trajín de gentes camino de nuevas oportunidades en la otra orilla del océano. Este reloj de sol estaba entonces en una zona anterior a la verja de entrada, donde también había comercios de recuerdos, un edificio de Sanidad Exterior, y las instalaciones de una estación ferroviaria de pasajeros que nunca llegó a funcionar como tal, aunque el tren de mercancías sí llegaba hasta allí. Ahora, ese reloj está situado junto al edificio principal, compartiendo espacio con los antiguos depósitos de cables submarinos del Cable Inglés.
Resulta curioso, también, el reloj de la Colegiata, en el frontal de una de sus torres, y el reloj de sol en un lateral de la misma torre. También suele pasar inadvertido el reloj de la Plaza de la Constitución, el de la calle Taboada Leal esquina con la Ronda, y el del edificio Bankinter, en la plaza de la Farola de Urzáiz – Colón. Y pocas personas se habrán fijado en el reloj que corona el edificio del mismo nombre, Casa del Reloj, en Urzáiz, y el que corona el edificio de Correos, en la Plaza de Compostela. Y mención aparte merece el reloj de sol de la iglesia de Bouzas.
Se concluye, por lo tanto, que Vigo es una ciudad llena de relojes de todo tipo que marcan el ritmo de una ciudad llena de vida y trabajadora, aunque alguna persona, quizá intentando detener ese tiempo que a veces nos apremia, haya decidido abandonar ese reloj de pared que figura en una de las fotografías que acompañan esta breve crónica.