En estas fechas de inicio del verano las urbes ya comienzan a quedarse casi vacías. El calor invita a disfrutar del campo y de la playa y quienes acostumbran a pasear prefieren hacerlo por esos parajes alejados huyendo del tórrido asfalto y del cemento. Sin embargo, por diversos motivos, algunas personas se quedan en la ciudad soportando el calor. Para ellas, siempre quedan algunos rincones para estar al fresco y poder beneficiarse de una sombra confortable.
La fotografía muestra uno de esos minúsculos oasis urbanos que aprovechan muchas personas, sobre todo mayores, para disfrutar de un descanso, para una buena conversación, y para darle de comer a las palomas, que tienen la memoria suficiente para recordar que a determinada hora del día hay alguien que les facilita unos trozos de pan o unos granos de maíz para llevarse al pico. Mientras tanto, esas aves que simbolizan el pacifismo van rebuscando lo que ha quedado entre las baldosas, esperando la llegada de la persona amiga.