La clave es la cobertura, pero a un precio que, cuanto menos, deteriora la imagen del contorno. El origen de esta situación es la vida moderna, que nos ha conducido a una comunicación constante con teléfonos inalámbricos, con conexiones a internet, con la televisión y con la radio. Es algo inevitable, porque no vamos a retroceder en nuestros avances. En este sentido, es posible que la evolución tecnológica nos lleve a utilizar otros sistemas de repetición de señal que en la actualidad todavía resultan muy costosos. Uno de ellos es la conexión por satélite, apto para todo tipo de comunicaciones y con una cobertura mucho más amplia. Sin embargo, todo tiene un precio; un precio que no sólo es de tipo económico, sino también ecológico, por el impacto que conlleva. Esas futuras conexiones vía satélite que, por cierto, ya comienzan a competir con las actuales, cubrirán nuestro planeta con una capa de basura espacial si no se establecen prioridades y parcelas de utilización. A este paso, llegará el momento en el que el peligro también venga de arriba, cuando los satélites pierdan velocidad, ya sea por avería o por agotamiento de sus circuitos, y abandonen su órbita estacionaria para precipitarse sobre nosotros.