De cualquier modo, debiera imperar el sentido común y el respeto, que son la base de la convivencia ciudadana, sin necesidad de que las autoridades municipales tengan que verse en la obligación de establecer límites de la permisividad, prohibiciones y multas. No es fácil imaginar el perjuicio que ocasiona, por ejemplo, el sacudir las escobas, alfombras y sábanas por las ventanas, sobre los viandantes. O la obligación, siquiera moral, de los dueños de perros de recoger los detritus sólidos de sus animales de compañía, de llevarlos sujetos con correa y con bozal los de razas peligrosas. De evitar circular a gran velocidad en bicicleta o patinete por las aceras, incluso de ir a gran velocidad en sillas de ruedas motorizadas —que se dan casos—, y de no aparcar las motos en lugares que dificulten el paso de las personas y peor, aún, de los coches de discapacitados o de niños pequeños, o de impedir el disfrute de esos bancos instalados en las aceras y que tanto disfrutan los ciudadanos de a pie. Por eso, más que normativas debiera ser sólo cuestión de sentido común.