Su obra se aparta de la poesía tradicional, está llena de significados herméticos y tiene una sonoridad profunda e inigualable. Carlos Oroza ha sido un innovador de la poesía, un creativo capaz de inventar palabras. Sus poesías cobraban vida cuando el propio Oroza las recitaba con su voz sonora, firme y contundente, como un trovador el siglo XX. Él era un auténtico innovador que no se callaba ante nada ni ante nadie, siempre decía lo que pensaba y reivindicaba continuamente una amplia revisión de la cultura. De Oroza nos queda su recuerdo y una obra que en un futuro será motivo de estudio y de tesis doctorales. Él era natural de Viveiro —Lugo—, pero desde muy joven quiso abrirle las puertas al mundo y emigró a Madrid, donde llegó a ser una figura muy destacada —quizá la principal— del Café Gijón de los años sesenta. Luego la vida lo fue llevando hasta la ciudad de Vigo, donde pasó los últimos años. A diario paseaba por las calles con las manos cogidas a la espalda, con un andar sereno y reflexivo y pasando inadvertido a la vista de los demás. En realidad paseaba reflexionando, creando, dándole vueltas una y otra vez a su obra eterna. Y esa calle que ahora lleva su nombre, “Rúa Carlos Oroza”, ubicada en el corazón de la ciudad de Vigo, ha sido un testigo mudo de sus innumerables paseos por una ciudad que lo acogió durante los últimos años de su vida, y en la que descubrió amistades sinceras y desinteresadas que ahora mantienen encendido su recuerdo.