La playa de Samil, en la ciudad de Vigo, ha sido una de las playas más populares durante el siglo XX y sigue siéndolo en el siglo XXI. Pero la masificación que se observa en la actualidad no tiene nada que ver con la concurrencia de finales de los años cincuenta del pasado siglo. En aquella época, cuando el coche y las motos todavía no se habían popularizado, el medio más agradable para viajar hasta la mencionada playa era el tranvía. Se trataba de un covoy formado por varios vagones que iban arrastrados por una cabeza tractora. Al poco rato de abandonar el núcleo urbano, el tranvía enfilaba la recta final del viaje al llegar a lo que se conoce como “la curva de Molinos”, con un pronunciado giro de noventa grados a la izquierda bordeando la casa de los Ricoy (aún existente), después de circular sobre el antiguo puente de piedra que ahora permanece en un segundo plano frente al construido en hormigón hace unos años. Entonces ya se percibía el olor a mar mientras el tranvía avanzaba paralelo a la marisma del otro lado del río, donde aún existen indicios de las salinas existentes en el siglo XIX. El trayecto terminaba en el llamado “Pabellón Orense”, conocido más tarde como “El Balneario”, hoy inexistente. Frente a esta edificación de planta baja construida en ladrillo y pintada de blanco, que albergaba un bar con gran terraza sobre la misma playa, el convoy describía una gran curva para detenerse finalmente ante el apeadero. Esto ocurría a mediados del siglo XX y la playa resultaba inmensa para un conjunto de familias viguesas que se repartían holgadamente sobre la arena, flanqueda por un bosque de pinos y unas dunas en su parte posterior, y con el mar y las olas batiendo contra la orilla, por el otro lado. A pesar de la frialdad de las aguas de la ría, el baño era un momento muy deseado. Una gran parte de la ciudadanía viguesa aprendió a nadar en esa playa. Años más tarde, al iniciarse el último cuarto del siglo XX, motivado por la explosión industrial de la ciudad y su entorno, la playa se quedó pequeña para albergar una población que se iba multiplicando año tras año atraída por las ofertas de trabajo, principalmente en el sector de la automoción. Además, el conjunto de amantes de la playa de Samil se fue incrementando con forasteros de otras poblaciones gallegas e incluso del otro lado del río Miño, atraídos todo ellos por una belleza natural que, a pesar del paso del tiempo, sigue conservando su esencia.