Recuerdo que no hace mucho tiempo una persona que en su día trabajó en un establecimiento dedicado a la venta de cámaras de video, y cuyo nombre omito por razones obvias, me contó que, en una ocasión, una clienta les devolvió una cámara de vídeo con la cinta de pruebas en su interior, sin borrarla, seguramente por despiste. Y que, luego, al visionarla para comprobar y reponer el material, se encontraron con una cinta llena de escenas personales y puramente pornográficas, sin recato de ningún tipo, porque esa clienta era, en realidad, una profesional del negocio del sexo. Y también me contó que no fue un hecho aislado, porque en otras ocasiones —-varias ocasiones, por cierto—-, les habían devuelto algunas cámaras con las cintas sin borrar en el interior, unas cintas en las que, en estos casos —-sorprendentes—-, las jóvenes e inocentes clientas habían estado grabando escenas de sus fantasías sexuales más inconfesables y que nada tenían que ver con la imagen personal y recatada que ofrecían en la vida cotidiana. Por eso imagino que esas cintas podrían contener de todo, quizá algo de sexo, algunas mentiras, o algunos secretos inconfesables, quién sabe, pero decidí no detenerme para comprobarlo porque las prisas cotidianas me requerían de modo inexorable en otros menesteres más triviales, aunque menos interesantes.