Pero en algunos sectores del mundo de las grandes fortunas existe una clara competición por poseer el barco de recreo de mayor tamaño, el más aparente, el que deslumbre a las gentes de su entorno. Y lo más curioso es que luego no son ellos los que más lo disfrutan, pues la intimidad de los pasajeros se ve muy limitada por una tripulación que se hace inevitablemente necesaria para gestionar esos barcos tan grandes. Sin embargo, los pequeños, los de dimensiones que pudiéramos llamar razonables, ya sean de vela o de motor, son manejados por una o dos personas que realmente disfrutan en todo momento de la belleza y de la intimidad de la navegación. En la fotografía que acompaña este comentario se observa uno de esos yates enormes que permanece atracado en el puerto a la espera de comprador. Un lujo —excesivo— que sólo está al alcance de unos pocos, un lujo que, también es cierto, genera trabajo para muchas personas durante su construcción y más tarde como tripulación y asistencia técnica. Pero quien compre este gigante habrá de tener en cuenta que, tarde o temprano, siempre se fabricará uno más grande.