La fortaleza del Castro invita al paseo, con sus cuidados jardines, sus fuentes y un estanque donde echar migas de pan a los patitos. Pero pocos visitantes reparan en que están ante una plaza fuerte que vivió batallas sangrientas, asedios terribles y episodios históricos que resumen buena parte de los grandes acontecimientos europeos desde su construcción en el siglo XVII. Aquí reunimos siete historias de unas murallas que hoy, tras su restauración, reviven con un nuevo aspecto monumental.
No fue vencida en la batalla de Rande
Es común contar que Vigo fue atacada durante la batalla de Rande de 1702, pero no es cierto. La realidad es que la propia fortaleza del Castro protegió a la villa con su sola presencia, sin necesidad de disparar un solo cañonazo contra la poderosa escuadra anglo-holandesa de doscientos barcos de guerra y casi 14.000 infantes de marina.
Los planes iniciales eran conquistar Vigo, como lo narra en su diario el propio Duque de Ormond, vicecomandante de la flota, el 14 de octubre (nuestro día 25, ya que los ingleses aún usaban el calendario Juliano): “Marcharé con el Ejército directamente a Vigo y atacaré aquel lugar, que no dudo que podremos tomar y mantenernos allí este invierno, hasta que lleguen más órdenes de la Reina”. Pero, ya con la batalla de Rande ganada, y la flota de Indias arrasada junto a la escuadra francesa, tras un posterior consejo de guerra descartan conquistar la ciudadela de O Castro.
Y eso que los vigueses, cuando podían, les mandaban desde lo alto del monte algún cañonazo. Así lo cuenta el capitán inglés Stephen Martin, en unas memorias que encontramos en la Biblioteca Británica, donde relata que, cuando movían los buques, “la ciudad les disparaba al pasar”. Y que, a falta de balas, incluso valían los insultos: “Los españoles -dice Martin- para hacer cuanto daño podían, se agruparon en compañías en las cimas de las colinas alrededor de la bahía, y de vez en cuando disparaban una descarga de proyectiles pequeños en contra de los barcos y naves que estaban a su alcance siempre acompañado por lenguaje abusivo, como perros ingleses, bribones, herejes, cornudos y así por el estilo”.
Finalmente, los vigueses abandonan su beligerancia e incluso envían vino como regalo a los buques ingleses. Aunque este hecho merece una narración más extensa, Vigo se vio obligada a agasajar a los británicos para apaciguar su deseo de tomar la villa. Pero lo importante es que no: la plaza fuerte no fue atacada ni tomada por el enemigo con la batalla de Rande.
Una red de túneles
No era una leyenda: hay una red de túneles bajo la fortaleza del Castro. Datan del siglo XVIII y conectan con el castillo de San Sebastián, hoy parcialmente destruido por el edificio del ayuntamiento en la llamada Praza do Rei. Durante un tiempo se pensó que la función de estas galerías era el abastecimiento de aguas, aunque hoy parece que tienen ramales para acumular provisiones, como sucedió durante el asedio de la British Expedition to Vigo de 1719. Además, sus dimensiones permiten perfectamente el paso, con galerías abovedadas de 1,7 metros de alto por 1,5 de ancho.
En el tramo que parte del recinto interior de la fortaleza, se puede caminar durante unos 45 metros, aunque la galería central termina en un derrumbamiento de tierra. Además, las sucesivas obras en el monte de O Castro, que incluyen una plaza, aparcamiento, casa consistorial y hasta una subestación eléctrica, han arruinado buena parte de los conductos.
El Concello de Vigo ya trabaja para musealizar estos restos y que puedan ser visitados. Así que próximamente podremos recorrer los viejos túneles de O Castro, ahora redescubiertos. Pero se mantiene una leyenda: aunque se sostuvo durante largo tiempo, no parece que ningún túnel llegue hasta el monte de A Guía.
600 bombas en un solo día
Quizá el episodio bélico más dramático de la fortaleza del Castro fue su asedio durante la Toma de Vigo de 1719, conocida en Inglaterra como The British Expedition to Vigo, en la que un formidable ejército, llegado con 80 buques de guerra y 40 de transporte, se presentó en la ría para arrasar la villa como expedición de castigo en el curso de la Guerra de la Cuádruple Alianza.
Las fuerzas británicas, que desembarcaron en O Berbés, se pasaron varios días bombardeando O Castro, donde se habían refugiado las tropas viguesas.
La peor jornada fue el 17 de octubre de 1719, convertida en un auténtico infierno. Narra un testigo de la época: “Saludaron al castillo con una carga de más de cuarenta bombas y continuaron hasta la noche sin parar, y sólo en ese día arrojaron más de seiscientas bombas dentro del castillo”. Los defensores terminan rindiéndose con 300 bajas entre muertos y heridos, ante “el miserable estado en que se halla la guarnición y que los heridos ya no cabían en una mina que servía de hospital, que no había oficial ni soldado que se pudiese mantener en pie, ya que hacía seis días y noches que ninguno comía ni tenía el menor descanso”.
136 fusilados ante sus murallas
Los muros de O Castro también guardan la memoria de la crueldad de los sublevados en la Guerra Civil. Que se perpetuó incluso varios años después de terminar la contienda, como lo demuestran las fechas. Porque, entre agosto de 1936 y abril de 1942, un total de 136 personas fueron fusiladas por los fascistas en estas murallas.
Actualmente, un monumento en el recinto interior, el del Diamante, recuerda a estas víctimas, que se unen a las que fueron asesinadas en otros puntos de Vigo como los muros del cementerio de Pereiró o directamente arrojadas a la ría tras su muerte.
Guerra contra los portugueses
No existía la fortaleza del Castro durante los sucesivos ataques que el corsario Francis Drake hizo a Vigo en el siglo XVI. Las dos primeras incursiones, en 1568 y 1585, no tuvieron consecuencias especialmente dramáticas porque las tropas inglesas fueron repelidas por los vigueses. Pero en 1589 Drake arrasó la villa, quemando la mayor parte de sus casas y la propia iglesia de Santa María. Este ataque hizo pensar en fortificar Vigo, pero no fue el desencadenante de la construcción de los baluartes de O Castro.
Fue casi un siglo más tarde, en 1665, en plena guerra con Portugal cuando se iniciaron los trabajos de fortificación. En aquel año, las tropas lusas se habían presentado en la villa viguesa, sometiéndola a un asedio. Esta última acción bélica convenció a las autoridades de la necesidad de que Vigo contase con unas sólidas defensas, al ser objeto de ataques desde el mar, pero también por tierra firme. Y así se inauguró esta fortaleza en el siglo XVII, formando conjunto con las murallas de la villa y con el castillo de San Sebastián.
El botafumeiro en Vigo
Durante la ocupación napoleónica de 1809, la fortaleza del Castro sirvió como prisión, primero para los dirigentes de Vigo acusados de afrancesados, como el industrial Buenaventura Marcó del Pont. Más tarde, para los sublevados. Y, tras la Reconquista, de nuevo para los partidarios del rey José Bonaparte.
Sus muros guardaron los carros con que viajaban los oficiales franceses del ejército del mariscal Soult, incluyendo los suyos propios, cargados de riquezas de sucesivos saqueos en su marcha desde Castilla hasta Galicia persiguiendo a las tropas inglesas del general John Moore.
Durante la Reconquista, paisanos y mandos de la sublevación se referían a menudo al ‘tesoro de Vigo’ guardado en O Castro, porque sabían que allí estaba también la caja de pagadores del IV ejército de Napoleón. Allí quedaron ante la imposibilidad de transportar aquellas riquezas a través del Miño, en su tránsito a guerrear en Portugal. De hecho, tras la victoria del 28 de marzo de 1809, hubo un reparto de 117.000 francos, de los que se entregaron 15 a cada paisano que participó en la revuelta. También se sospecha que en O Castro pudieron guardarse los restos del botafumeiro, robado por Soult en la catedral de Santiago y probablemente fundido tras extraer sus piedras preciosas.
El castillo que no fue
Durante décadas, la fortaleza de O Castro tuvo adosado un castillo de mentira. Se trataba de un restaurante adherido en piedra a las murallas y con unas almenas que intentaban simular pertenecer al recinto. Muchos vigueses creyeron, de hecho, que formaba parte del conjunto histórico e incluso hubo una campaña en su defensa, con participación de políticos y medios de comunicación.
Pero aquel pastiche había sido levantado en los años 40 del siglo XX. No sólo no tenía ningún valor: era una aberración. Y su demolición comenzó en el año 2013. Mientras se retiraban las piedras, un siniestro empresario inglés, que decía llamarse Thomas Rotchild, compareció en las obras asegurando a los periodistas que quería comprar el conjunto para reconstruirlo en la zona de Bath. Como si en Bath, ciudad Patrimonio de la Humanidad, faltasen fortalezas y casas nobles… ¡Como para poner un castillito de pacotilla! Finalmente, el restaurante no fue trasladado a Inglaterra y la presencia mediática de aquel señor quedó en un misterio aún por resolver…
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