Sus troncos están ahuecados por el capricho de la naturaleza y junto a uno de ellos ha aparecido una silla de cocina, quizá abandonada a su suerte o quizá puesta allí deliberadamente para descansar de las prisas urbanas, luego de un trago refrescante en esa fuente en la que antaño hacían la aguada muchas familias viguesas, cuando Vigo era una pequeña población marinera que ni siquiera soñaba con ser la ciudad más grande e industrial de Galicia.