Muchas de ellas acostumbran a ocupar lugares concretos según la hora del día, sabedoras, sin duda, de nuestras costumbres alimenticias y de nuestros vicios alimentarios, ya sea el desayuno, el aperitivo, la merienda o cualquier otra necesidad o desliz. Basta un simple descuido y ellas se precipitarán, raudas y sin miedo, a por su ansiado botín. Pero estos días el tiempo no facilita la vida a la intemperie y nosotros nos resguardamos en lugares para ellas inaccesibles, e igual da que se suban a lo alto de un semáforo o de una farola, como podemos comprobar en esta fotografía, tomada hace unos días en la ciudad de Vigo.