El carajo era una cestilla colocada en lo alto del palo mayor y que servía para otear el horizonte. Es evidente la incomodidad que conllevaba semejante lugar, por lo angosto de la cesta, por la gran altura, y por los pendulares movimientos generados por el propio barco y la fuerza de la mar. Nadie quería ocupar el puesto del vigilante y esa labor constituía un desagradable castigo. De ahí la popular expresión “vete al carajo”. Y la palmera de la fotografía, o lo que queda de ella luego de podarla hasta el límite por motivo del ataque del picudo rojo, tal cual parece un carajo en lo alto de un palo mayor en medio de la alameda de la ciudad de Vigo, con el mar por un lado y el bullicio de la ciudad por el otro; tal cual un carajo en medio de una ciudad volcada al mar.