Las televisiones eran auténticos cajones del tamaño de una lavadora y con la pantalla de esquinas redondeadas, con precaria definición y en blanco y negro, y el único canal existente —-TVE— sólo emitía durante unas horas. Las calculadoras electrónicas no existían tal como las conocemos actualmente y en su lugar se utilizaban las llamadas reglas de cálculo, de manejo complejo. Las primeras calculadoras tenían el tamaño de un pequeño ladrillo y sólo realizaban operaciones básicas (sumar, restar, multiplicar y dividir), pero constituían un enorme adelanto para realizar cálculos.
Los ordenadores comenzaron a llegar al gran público —-a quien pudiera pagar su precio—- a mediados de los años ochenta del pasado siglo XX y pronto surgieron numerosas marcas, cada una con su propio sistema y características: MSX, Spectravideo, Sincler, Amstrad… La mayoría de ellas sucumbieron ante el gigante IBM, que marcó el estándar de compatibilidad. Esto ocurrió aproximadamente en 1984, cuando se presentó el primer ordenador personal (PC, Personal Computer).
Hasta esas fechas sólo existían los grandes equipos IBM, que estaban al alcance de universidades, algunas entidades bancarias y algunas grandes empresas. Lo curioso es que esos grandes equipos necesitaban instrumentos periféricos indispensables que requerían de personal muy especializado, como eran los programadores —-que utilizaban lenguajes como el Fortran IV o el Cobol—- y los “perforadores”, que eran las personas encargadas de teclear en una máquina especial —-del tamaño de una mesa—- las instrucciones en lenguaje informático y anotadas en papel que les pasaban los programadores. Esa máquina taladraba unas fichas rectangulares de cartulina a medida que se tecleaban las órdenes en su teclado; cada ficha era una orden. Las fichas tenían que ir perfectamente ordenadas en montones. Luego se introducían las fichas debidamente ordenadas en un hueco del ordenador —-que era del tamaño de una o varias mesas grandes de despacho—-, y las iba “tragando” e interpretando según la colocación de sus perforaciones, teniendo en cuenta que cualquier alteración del orden motivaba un error.
Es obvio que los tiempos han cambiado. Ahora existe la televisión de alta definición, la transmisión vía satélite, los teléfonos de diminuto tamaño que tienen más capacidades que cualquier ordenador de aquella época, existen internet… Lo curioso es que, a pesar de tanta tecnología, actualmente se sigue utilizando el ábaco —-que es lo que lleva la chica de la fotografía colgado al hombro—- para instruir a los más pequeños en su manejo y promover su inteligencia matemática, una técnica pedagógica cuyos efectos positivos nadie pone en duda y para la que se utiliza ese instrumento ancestral cuyo origen, en contra de lo que muchas personas piensan y que adjudican a China o a Japón, en realidad se sitúa en Mesopotamia, unos 2000 años antes de Cristo.