Por una parte, el mar, muchas veces imprevisible; por otra, las condiciones laborales en unos barcos en su mayoría pequeños, agitándose sobre las olas, con pasos angostos, con maquinaria en movimiento, con redes y complementos de pesca que en cualquier momento se pueden enganchar en un brazo o en una pierna… Todo son peligros acompañando el enorme sacrificio de trabajar en horarios contrapuestos a quienes tenemos nuestras ocupaciones laborales en tierra firme. Esos pequeños barcos de la fotografía parten del puerto al atardecer para ganarse la vida con unas capturas que no siempre están garantizadas, por muchos avances tecnológicos que utilicen, y, lo que quizá sea aún peor, que los precios del mercado, luego de pasar por las manos de los intermediarios, no siempre justifican y compensan la labor de unos marineros que exponen sus vidas mientras nosotros, seguros en la distancia, buscamos la belleza de la instantánea para dejarla luego en el recuerdo.