Hace 90 años, el viernes 17 de noviembre de 1933, Vigo vivía uno de los sucesos más trágicos de su historia. El accidente de un tranvía sin frenos dejaba tres muertos y cien heridos, todos ellos obreros que se dirigían al trabajo a primera hora de la mañana, atestando aquel vehículo que se estrellaba con violencia al final de la calle Colón.
El trágico suceso se produjo a las 7.30 de la mañana, a una hora de intenso tráfico “al recibir el paso de obreros del inmediato Ayuntamiento de Lavadores” que se dirigían a las fábricas y astilleros del Vigo oeste. El tranvía cubría la línea 3 que conectaba con Bouzas, llevando un centenar de pasajeros, “en su totalidad obreros pertenecientes a las factorías instaladas en el trayecto Peniche-Bouzas”.
«Cumplidores obreros»
“Tal era el abarrote del coche que el cobrador, en la imposibilidad de poder moverse entre aquella masa humana, se veía en la imposibilidad de cobrar los billetes. Colgados de los estribos pendían verdaderos racimos humanos”, narra la crónica, que destaca que la mayoría eran “cumplidores obreros” de la factoría de Hijos de J. Barreras.
Tras la parada en el cruce de los Llorones, el conductor enfiló la fuerte pendiente, pero falló el suministro eléctrico y todos los coches de la línea se detuvieron. También, el que venía de frente, en dirección Vigo. Los pasajeros, temiendo llegar tarde al trabajo, convencieron al conductor de que dejase caer al vehículo para bajar por Colón aprovechando la cuesta abajo.
Fallo de los frenos
Sin embargo, fallaron los frenos y el tranvía se deslizó vertiginosamente mientras el conductor, llamado Evaristo Bouza Gallego, comenzaba a gritar, pidiendo a los pasajeros que saltasen de los estribos porque se iban a estrellar. Al llegar a la altura de la vieja fuente de El Pito, se salieron de los raíles las cuatro ruedas posteriores y el coche se precipitó por los adoquines dando tumbos. “Tal era el ruido que el coche al saltar fuera de sus rieles hacía y el griterío de unos y otros, que el vecindario de la calle oyó desde el interior de sus casas los gritos de espanto”.
El tranvía era un modelo “Siboney” que, tras arrollar una pequeña estación eléctrica, colisionó contra un plátano de sombra, con lo que la parte trasera giró y terminó estrellada contra el portal del número 49, tras lo que el vehículo volcó “convirtiéndose en un montón informe de astillas”.
Griterío de dolor y angustia
A un silencio inicial, se sucedió un griterío de dolor y angustia, mientras los heridos menos graves conseguían salir del tranvía y los transeúntes accedían a su interior para intentar rescatar a los que yacían en el suelo, en estado muy grave. Dos guardias urbanos, luego identificados como Manuel López Fernández y Benjamín Gómez, comenzaron a parar a todos los coches que pasaban para introducir en ellos a los heridos para trasladarlos a la Casa de Socorro. El diario El Pueblo Gallego afirma que la noticia de la catástrofe “circuló como la pólvora llevada a la mayoría de los hogares por las lecheras”, que iban contando el horrible suceso en cada portal en que paraban.
De debajo del tranvía se extrajeron ya cadáveres los cuerpos de Rafael García Pérez, de 25 años, soltero y natural de Lavadores. También el de Alberto Fernández, de 28 años, vecino de la calle Pino. Ambos eran empleados de los astilleros Barreras. El tercer fallecido, con ambas piernas seccionadas, fue un vecino de Cabral, también obrero fabril: Fernando Ferreira.
Conductor herido grave
El conductor del tranvía fue ingresado en el Cuarto de Socorro gravemente herido, al igual que otros pasajeros, que fueron evacuados en estado crítico.
La movilización de los vigueses de inmediata. La farmacia Rovira ofreció medicamentos y vendajes gratuitos para todos los heridos. El servicio de autos de alquiler movilizó todos sus coches para la evacuación de las víctimas. El Colegio Médico ofreció también sus servicios gratuitamente y 25 galenos se presentaron voluntarios en la Casa de Socorro. Inmediatamente, comenzó una suscripción popular con donativos para las víctimas y sus familias, que encabezó el diario El Pueblo Gallego donando 100 pesetas.
Alcalde Martínez Garrido
Un gentío se aglomeró en la zona del siniestro, con el tranvía volcado y grandes charcos de sangre, según relatan las crónicas. Las autoridades, con el alcalde Martínez Garrido a la cabeza, se personaron en la zona. “Muchas mujeres, al ver el aspecto ensangrentado de los heridos, lloraban”, afirma el periodista, que añade que los guardias “difícilmente podían contener a la multitud, ansiosa de saber noticias de amigos y allegados”.
Aquella misma tarde fueron retirados los restos del tranvía y la línea quedó de nuevo operativa. Pero aquel fin de semana el entierro de las víctimas se convirtió en un acto de solidaridad enorme, mientras los vigueses, conmocionados, recaudaban fondos en favor de los heridos. Sucedió hace 90 años, en el otoño de 1933.