Aquella mañana de marzo de 1809, Vigo amaneció sobresaltada por los crueles sucesos de la última madrugada. En la taberna de Juana Rial, en el corazón del Casco Vello, tres paisanos han sido asesinados a disparos y bayonetazos por unos soldados franceses borrachos. Los muertos son Joaquín de Silva, viudo; Antonio Salgado, herrero, y Juan Antonio Salgado, criado de un chocolatero.
En el bar se presenta el juez instructor del caso para tomar declaración a la tabernera. Y anota en su expediente: “Los franceses entraron a beber vino, y a la sazón entraron también en la taberna los tales sujetos: los franceses convidaron a los españoles, y como uno de ellos pusiese la mano sobre la boca del fusil de uno de aquéllos, irritados éstos, se puso uno encarado a la puerta con el fusil, el otro dentro, diciendo a la que declara que no gritase ni llorase que no le causaría daño; a cuyo tiempo se aproximaron otros muchos más franceses que con los fusiles, sables y bayonetas les dieron golpes y los clavaron, sacándoles fuera de aquel punto”.
Estos documentos se conservan hoy en el Archivo Histórico Nacional en Madrid y relatan el suceso con toda exactitud. En su declaración, Juana Rial añade cómo los asesinos se deshicieron de los cuerpos de aquellos desdichados: “Los llevaron arrastrando conduciéndolos así, calle abajo hasta el cabo de la Lage, a enterrarlos en la arena de la orilla del mar”.
De inmediato se ponen los hechos en conocimiento del gobernador de la plaza y se decide acudir a examinar el lugar del presunto enterramiento. Acuden los dos más altos cargos entre los ocupantes franceses: el comandante Limousin y el gobernador Chalot. Se suman a la comitiva investigadora el médico Tomás de Otero, el regidor decano y el cirujano, Francisco Julián Pérez. Y no tardan en descubrir los cadáveres. La oscuridad de la noche y las brumas del alcohol han privado a los criminales del mínimo celo para ocultar el cuerpo del delito.
Así lo relata el informe forense: “Junto al cabo de la Lage confinante a la muralla de la fortaleza y muelle de ella, después de bajamar se pudo verificar entre once y doce de hoy, día 21 de marzo, se hallaron los tres cadáveres enterrados boca abajo en la arena; puestas unas piedras a propósito encima de sus cuerpos con la demostración de que la mar no pudiese sacarlos de aquella situación con su flujo y reflujo”.
Los cuerpos estaban desnudos. Joaquín Silva presentaba “una herida en la cabeza situada en el hueso temporal izquierdo de figura redonda hecha con bala, la cual atravesando el cerebro en toda su sustancia, tuvo salida por el hueso temporal derecho, la que consideran decididamente ser la causa de su muerte”.
A Antonio Salgado “le hallaron dos heridas en la parte anterior de la cara de extensión de seis pulgadas cada una que interesaba hasta la mandíbula superior e inferior de ella, hechas con mucha violencia y con sable, y otra en la cabeza sobre el hueso Petroso hecha con bala, que atravesaba el cerebro y salía a cuatro dedos de distancia de su entrada, otra herida incisa sobre el parietal izquierdo que extendía a todo él interesaba hasta el cerebro, considerando la más leve de estas heridas mortal de necesidad”.
Por su parte, Juan Antonio Salgado “se hallaba con una herida en la cabeza situada sobre el borde superior del parietal derecho de extensión de tres pulgadas, de figura triangular hecha con bayoneta, teniendo salida a seis dedos de distancia con dirección de bajo arriba, por entre el pericráneo, y los músculos igualmente se hallaban con una dislocación de la primera vértebra del cuello con la segunda estrangulados todos los músculos de esta parte, demostrando una muerte violenta por horca o garrote dado con cordel trexa”.
La precisión del informe forense dejaba todavía más clara la autoría del crimen, pues los asesinos habían empleado las armas propias de los soldados de ocupación franceses. De inmediato, los criminales son identificados. El comandante Chalot manda arrestarlos. La pena correspondiente habría sido la muerte, pero no está dispuesto a aplicarla. Así que inventa una estratagema e, inmediatamente, ordena detener a un clérigo vigués al que acusa de pasar información a la resistencia. Tiene pruebas de un intercambio de mensajes con el campamento rebelde situado en Zamáns.
El pueblo clama justicia, pero Chalot amenaza con fusilar al cura local en el mismo paredón que a los tres asesinos. Así que finalmente se llega a un acuerdo. Los soldados culpables se libran del pelotón de fusilamiento. A cambio, también seguirá vivo el sacerdote. La hábil artimaña ha beneficiado a los ocupantes y su crimen queda impune.
Pero apenas una semana más tarde, en la noche del 27 de marzo de 1809, los vigueses caen sobre las murallas y se levantan en armas en el interior de la plaza, consiguiendo romper las defensas y logrando la reconquista de Vigo. No conocemos la suerte particular que corrieron los tres asesinos, pero en su mayor parte la guarnición francesa, ya rendida, fue desarmada y enviada prisionera a Inglaterra.
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