Cuando entramos en las farmacias acostumbramos a centrarnos en que nos atiendan y en lo que realmente nos preocupa: nuestras dolencias o las de nuestros seres queridos. Pero las farmacias esconden tesoros interesantes que quizá no destaquen por su valor crematístico, pero sí por su belleza o por su curiosidad. Ahí tenemos, por ejemplo, un bote de mirra, la que aparece en la historia de Navidad cuando los Reyes Magos la ofrendan al Niño Jesús, y que muchas personas pensaban que se trataba de una invención poética —por lo menos la mirra era y es una realidad—.
La mirra, que era muy valorada en la antigüedad, es una resina aromática, amarilla y gomosa, que se extrae de un árbol que crece en Arabia (Commiphora myrrha) y que tiene propiedades balsámicas. Como tantos otros productos que figuran en los frascos de las farmacias, la mirra se utilizaba —y a veces aún se utiliza— en las llamadas fórmulas magistrales, aquellas que contempla la galénica y que la farmacéutica o el farmacéutico prepara discretamente y con sabiduría en su pequeño —o grande— laboratorio de la rebotica.