La ciudad más industrial de Galicia no permanece ajena a la crisis y sus gentes se buscan la vida como pueden. En la calle comercial por excelencia de la ciudad de Vigo, la calle del Príncipe, se puede encontrar un Mickey Mouse que vende globos al ritmo de un popular «hit parade» de bailables; músicos que tocan de modo individual y con mayor o menor virtuosismo el violín, la guitarra o los tambores; grupos y dúos de jóvenes promesas capaces de congregar un gran número de viandantes a su alrededor; algún intérprete de arpa al que se le agradece su intención de ponerle una nota suave y romántica a una ciudad de ritmo tan trepidante; una persona que hace de estatua de chocolate vertiendo leche de modo ininterrumpido sobre un recipiente; y sin olvidar, tampoco, a los verdaderos maestros en el arte de manejar las marionetas al ritmo de la música, y que hacen las delicias de niños y mayores…, en fin, un amplio catálogo de espectáculos callejeros para que nadie tenga disculpa para aburrirse durante el paseo.
Pero en todo este variopinto muestrario resalta, sin duda, una estatua viviente de Cristo camino del Calvario, soportando una cruz enorme y acompañado de un pequeño animal de compañía que más bien parece un cordero. Este conjunto escultural, que se presenta en la calle del Príncipe de modo esporádico, causa enorme sorpresa por lo singular, y podría deducirse que el protagonista, parapetado tras esa imagen completamente metalizada, y soportando todo tipo de inclemencias climatológicas, vive un calvario a la espera de que los paseantes le ayuden con algunas monedas para poder continuar su camino, porque todo este caleidoscopio urbano representa, en realidad, un conjunto de historias más o menos tristes que intentan divertir o distraer, y, simplemente, a cambio de una pequeña contribución económica que les permita seguir engañando la vida.