Es un retrato de Vigo con más de siglo y medio de historia, pero de los menos publicitados hasta la fecha. Porque seis años después de que Taboada Leal publicase su “Descripción Topográfico Histórica de Vigo” y tres más tarde de la visita de George Borrow (Jorgito “El Inglés”), un viajero madrileño, Francisco de Paula Mellado, retrató Vigo en 1846. Y la ciudad que se encontró hace más de siglo y medio era ya una población importante, con un puerto que define como el mejor de Europa.
Escritor, periodista, geógrafo y autor de la “Enciclopedia Moderna”, la primera e castellano, De Paula publicó en 1850 su “Recuerdos de un viaje por España”, magna obra en tres tomos que recoge su periplo por el país en 1846.
En el trabajo, se deshace en elogios con Vigo y, en especial, con su puerto. Llega De Paula desde Redondela: “A la mañana siguiente entramos en la muy noble, muy leal y valerosa ciudad de Vigo, que todos estos títulos mereció en la gloriosa guerra de la independencia. Es el primer puerto de Europa físicamente hablando, pues reúne a unh capacidad inmensa, un fondo excelente, seguridad de los temporales y facilidad de aportar a él con toda clase de vientos. Forma como un ángulo agudo en cuyo vértice está Redondela, y en los lados otra porción de puertecitos a cual más risueños y de agradable aspecto”.
El viajero apunta un dato curioso: las islas Cíes estaban despobladas en esa época, en contra de algunas tesis que afirman que estuvieron habitadas casi hasta el siglo XX: “La boca de este gran puerto está cerrada por dos islas desiertas, denominadas islas de Bayona o Cicias”.
Y repite el clásico sobre el nombre del Vigo romano: “Vigo en tiempo de los romanos se llamo Vico Spacorum. El año 132 de nuestra era, Decio Junio Bruto, gobernador de la España citerior, con objeto de extender sus conquistas, se dirigió a la costa occidental de Galicia. Los habitantes de Vico y demás poblaciones de la ribera del mar se apresuraron a pactar amistad y confederación con los romanos, pero rebelándose al año siguiente, fueron avasallados por el mismo Junio Bruto, y sujetos a yugo romano”.
Afirma luego que el Vigo romano fue arrasado y la nueva población no resurgiría hasta la Edad Media: “Dominada y destruida Vigo por los sarracenos, fue repoblada en 750 por Alfonso I El Católico. El 20 de octubre de 1702 fue batida dentro de la bahía de Vigo por los ingleses y holandeses, una flota española compuesta de galeotas cargadas con oro que venían de América, las que por no caer en poder de los enemigos, por disposición de sus comandantes, se barrenaron y echaron a pique”.
Aquí De Paula apunta un dato curioso: los galeones de Rande eran aún visibles en la ensenada de San Simón, siglo y medio después de la batalla: “Aún hace pocos años se veían en el fondo del mar los más de estos buques enteros, pero habiendo unos empresarios ingleses obtenido del Gobierno permiso para registrarlos por medio de la campana de buzo, y utilizarse de lo que pudieran encontrar, los deshicieron”.
Del espíritu emprendedor de Vigo da fe De Paula ya en esa época: “Vigo es pueblo esencialmente comercial, y por lo mismo muy prosaico. En él no hay que buscar leyendas ni recuerdos caballerescos. Tampoco se ven en Vigo edificios grandiosos ni establecimientos que llamen la atención del viajero. Sólo nos agradó el teatro, que es bastante bonito, y el lazareto nuevamente construido en la isleta de San Simón, donde van muchos buques a hacer las cuarentenas”.
El viajero destaca también algo que no ha cambiado: las impresionantes vistas sobre la ría que pueden contemplarse desde cualquier rincón de Vigo: “Tiene la ciudad fortificaciones modernas con el competente número de piezas, y tres castillos denominados La Lage, San Sebastián y El Castro. Este último ocupa la cima de una montaña, y desde él se domina uno de los más amenos paisajes que puedan verse. De una parte, el gran puerto, o mejor dicho el golfo con sus mil buques que ostentan la bandera de todas las naciones comerciales del mundo, y con su muchedumbre de barcos pequeños que sirven para la pesca, y de otra la fertilísima y amena campiña cubierta de viñedos, bosques de árboles frutales, quintas magníficas, aldeas y caserías”.
No había por entonces “área metropolitana”, pero sí lideraba Vigo todo el territorio administrativo a su alrededor: “Es cabeza de un juzgado que comprende cuarenta y dos feligresías, y el número de habitantes se pasará de cuatro mil doscientos”. Continúa Francisco de Paula su viaje rumbo a Baiona, desde donde embarcará a las islas Cíes, que por entonces tenían denominaciones diversas: “Islas Bayonas, de Vigo o Cíes, que todos estos nombres tienen”.
Su retrato de la ciudad se suma a los ya conocidos de cronistas como Taboada, Borrow, Widdrington o Sebastián Miñano. Son el fruto de una época que, del romanticismo al realismo, cultivaba el libro de viajes. Y que nos habla de un Vigo que, hace ya más de un siglo y medio, era ciudad grande con el mejor puerto del continente.
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