Hace pocas fechas y aprovechando un maravilloso y otoñal domingo de sol y cielos despejados aprovechamos, mi pareja y el que suscribe, para disfrutar de unas horas en la zona de Mondariz Balneario.
Comenzamos por los jardines del Gran Hotel para ver las mejoras que se habían hecho en los mismos gracias a la reciente inversión de la Diputación Provincial.
Después de pasar una ligera inspección a la zona imaginamos que nos entregaban sendas gafas de realidad virtual, para disfrutar del Gran Hotel en su pleno apogeo. Nos pusimos las gafas y de pronto nos vimos transportados al verano de hace cien años. Así podíamos ver el edificio en sus buenos años, lleno de vida, con los huéspedes entrando, saliendo, paseando, los coches de caballos (y primeros automóviles) dejando a unos y recogiendo a otros, las chimeneas de las cocinas humeando, en fin, con el edificio rebosante de vida. Nosotros mismos nos mirábamos y ya no vestíamos indumentaria del siglo XXI sino de hace cien años. Apenas podíamos creerlo.
De repente un automóvil (o carruaje) entraba en el recinto y se paraba en un lugar predeterminado no lejos de la entrada principal y tocaba el claxon para avisar de su llegada. El portero entonces hacía sonar su particular bocina para que salieran el recepcionista, el botones y el maletero para recoger el equipaje de los clientes con todos los honores. En ocasiones, cuando el cliente era de alta categoría, el propio director salía para dar más valor al recibimiento. Si se trataba de un alto dignatario de la política o miembro de la monarquía entonces acudían las autoridades provinciales a recibirle.
Los clientes, después de pasar por recepción (salvo las altas personalidades) eran conducidos a su habitación en la lujosa primera planta o en la segunda. Las primeras gozaban del máximo lujo de la época y las segundas tenían toda la confortabilidad. Unas y otras disponían de luz natural directa y de iluminación eléctrica al caer el sol, con suministro de electricidad producida en un anexo al hotel. En total el hotel reunía 188 habitaciones con 277 camas, y para ello contaba (en 1914) con 352 empleados.
En habitaciones y zonas comunes de los huéspedes éstos podían apreciar que el mobiliario, los acabados de ebanistaría, los tapizados y las decoraciones eran de la mejor calidad que se podían encontrar en España. Los estucados habían sido encargados a especialistas portugueses. El establecimiento gozaba de tal nivel de confort que entre su clientela habitual estaban miembros de la realeza, nobleza, de alta política, empresarios e intelectuales.
Para acceder al edificio había una escalinata en granito que daba a una amplia terraza (con sillas y mesas de la cafetería) y de ésta se accedía al edificio (por su entrada principal) entrando al vestíbulo del hotel y a dos galerías a derecha e izquierda. La puerta principal estaba coronada por una elegante marquesina hecha en forja y cristal, que realzaba la entrada. También disponían de otras dos entradas de acceso en los laterales de la fachada principal.
Estábamos tan inmersos en nuestra realidad virtual que vimos al recepcionista salir del edificio y le preguntamos si nos permitía ver algo del hotel. El hombre nos miró de arriba a abajo con cara circunspecta y nos dijo: «sólo en la planta baja y sin entrar en los salones para no molestar a los clientes». Le dimos las gracias cortésmente y fuimos a curiosear un poco.
En la planta baja del ala derecha se hallaba el gran comedor con servicio para 800 comensales, pero podía reducirse a base de biombos para hacer la estancia más acogedora. Al final del comedor pudimos ver una escalera de servicio, con acceso a todas las plantas, que era utilizada por el personal de cocina principalmente.
Continuamos por el ala izquierda que poseía entrada desde el exterior (igual que el ala derecha) y pudimos comprobar que en esa zona estaban las peluquerías de señoras y de caballeros, sala de juegos y también los despachos del propietario y del director médico, las oficinas del hotel y sobre todo era donde estaba la parte balnearia del edificio, con salas de baños, duchas circulares y de chorros, inhalaciones, e incluso sauna y salas de masaje. A esta zona se accedía por una escalera desde las habitaciones para no tener que utilizar la escalera principal. También había una salida directa a los jardines y a la Fuente de Gándara, para tomar las aguas de forma discreta.
Por cierto, esta escalera principal o de honor era digna de ver y con un aspecto majestuoso. Poseía balaustrada de bronce oxidado, pasamanos de nogal y en su comienzo figuraba como un monstruo alado, mezcla de dragón y esfinge con una columna central con un globo de luz blanca en lo alto.
Bordeando esta escalera se accedía al gran Salón de Fiestas, era una estancia de altos techos y flanqueado por un anfiteatro, con un gran escenario al fondo, como un pequeño teatro, pero en lugar de butacas tenía mesas y tresillos distribuidos por todo el salón, cuando no había algún acto. Este salón estaba en cierto modo aislado del resto de salones para no molestar al resto de clientes.
En un momento dado pudimos hablar con un camarero que no estaba muy ocupado y le preguntamos cómo era la primera planta (denominada Entresuelo). El hombre, muy amable, nos dijo que en esa planta estaban las mejores habitaciones, las más lujosas y que muchas de ellas estaban comunicadas por una puesrta interior que se podía cerrar por ambos lados. Tenía como objeto agrupar a los clientes cuando venían con familia.
Al camarero le gustaba hablar por lo que continuó informándonos. Nos relató que en dicha planta había baños generales en el frontal y en las dos alas laterales. Para utilizarlos el cliente llamaba al timbre y la camarera de planta le preparaba el baño.
Además la planta disponía de una salida propia por la parte lateral del edificio y daba a la gran escalinata exterior del recinto en las inmediaciones de la Fuente de Gándara.
Pero antes del final de la visita fuimos a echar un vistazo a las cocinas. Nos permitieron curiosear un poco y vimos que estaban en el lateral norte del edificio en un anexo que sobresalía del edificio y poseía una gran chimenea. Los aparatos de cocina eran una central y dos apoyadas a la pared. Se veían obradores y fregaderos con ollas de cobre. Era una cocina grande donde trabajaban un jefe de cocina, dos adjuntos, un maestro repostero y varios pinches, además de otros auxiliares de cocina.
Poseía una salida al exterior por donde entraban las provisiones. En un lateral se veían dos departamentos, uno para almacenar lozas y cuberterías y otro para guardar mantelerías, servilletas y todo lo relacionado con el comedor.
El local de cocina se comunicaba con el comedor, para el paso de camareros, con una puerta de dos hojas, una para entrar y otra para salir. En el bajo cubierta, donde dormía el personal, había dos habitaciones donde dormían los empleados de cocina, que se quedaban de guardia por las noches para atender la peticion de algún cliente transnochador.
Nos olvidábamos de mencionar que también nos hablaron de la Sala Regia en la primera planta. Se trataba de un espacio compuesto por un salón magnificamente amueblado y decorado. El salón se comunicaba con un departamento-vestidor, antesala del dormitorio principal, y un cuarto de baño que disponía de bañera, ducha, lavabo, bidé, inodoro, un gran espejo, con banqueta y papelera.
Otro departamento con mucha historia era el utilizado periódicamente por la infanta Isabel de Borbón (1), primogénita de la reina Isabel II y hermana de Alfonso XII. El mobiliario de la misma se hizo especialmente para la infanta. Se trataba de la habitación número 26 y constaba de una enorme habitación, un gran salón y un completo baño, y gozaba de vistas hacia la fuente de Gándara.
Por otra parte nos enteramos también de que el agua necesaria para todos los servicios del edificio provenía de un manantial de calidad y con buen caudal sito en la falda del monte Landín, cerca del castillo de Sobroso en el municipio de Mondariz.
Ya saliendo del magnífico edificio nos dirigimos hacia el invernadero (o estufa de plantas) donde pudimos contemplar ejemplares de especies autóctonas y otras de climas más templadas. Esta construcción acristalada estaba al lado del regato de Valdecide que cruza el recinto, cuya agua se utilizaba para regar. Sobre este regato se construyeron varios puentes con barandilla para facilitar el paseo de los clientes.
Muy cerca del invernadero estaba un gran edificio rectangular de planta baja conocido como «la casa de máquinas», que contenía un generador de 65 CV, necesario para producir la electricidad de 2.500 lámparas, calentar el agua y distribuirla a todas las plantas del edificio principal, accionar la sierra mecánica para hacer los embalajes de la embotelladora, y hacia girar la imprenta donde de editaba el semanario «La Temporada». Además del generador el edificio albergaba los talleres de herrería, carpintería, albañilería y pintura.
Pero parte de «la casa de máquinas» estaba ocupado por los servicios de lavandería donde estaban los lavaderos y al fondo de la misma había una gran chimenea, en lo alto de la cual estaba colocada la sirena que marcaba la entrada y salida de los empleados. En esta zona contaban con una gran plancha eléctrica para sábanas, manteles y lienzos grandes. Había también secaderos eléctricos, máquinas de coser y una zona al aire libre para tendal de la ropa en general.
A unos pasos del edificio de talleres se encontraba un edificio de bajo y primera planta que lindaba con la carretera que rodea el recinto. Durante unos años fue utilizado para alojamiento de camareros y personal de cocina. Años más tarde sería la vivienda del encargado general del hotel, de nombre Jaime García.
No nos podemos olvidar de que en el recinto también se construyeron tres anexos del Gran Hotel situados en el bosque de la parte posterior denominados Chalet nº 1, 2 y 3, y una capilla de construcción sencilla que recordaba al estilo románico. Por otra parte delante del Gran Hotel se construyó en su día un palco de música que aún se conserva. El palco es una construcción cubierta de forma octogonal dotado de barandillas que reproducen el escudo del balneario en cada lado.
Y como tiene su fin tuvimos que abandonar la ensoñación en la que habíamos caído y que nos permitió pasear un rato por un lujoso establecimiento balneario de hace 100 años y volver a la realidad del siglo XXI. De todas formas mereció la pena.
De los clientes importantes que visitaban el Gran Hotel y de las publicaciones que se editaban allí hablaremos en otra ocasión.
Para finalizar terminaremos con las palabras del premio nobel José de Echegaray que dejó en el Libro de Oro del Gran Hotel: «Esto no es un balneario, es el palacio de las aguas. Ni en España ni en el extranjero hay nada superior».
(1) – El mobiliario de la habitación de la infanta Isabel de Borbón se conserva en el edificio del concello de Mondariz Balneario.
Fuentes: Mondariz, un agua con historia / Mondariz Balneario, episodios memorables. Alfonso Paredes Pardo / 25 empresas del Vigo de siempre. Fernando Torres Carbajo