A pesar de sus creencias, es muy crítica con el clero al que tacha de ignorante por no querer a la mujer instruida, y llega a hacer valientes e insólitas afirmaciones como: «La mujer es más apta que el hombre para ejercer el sacerdocio, ya que siendo la mujer más compasiva, más religiosa y más casta parece más a propósito para ejercer el oficio, sobre todo en la Iglesia católica. ¿Por qué si la mujer puede ser madre de Dios, mártir y santa, por qué no puede ejercer el sacerdocio?»
Doña Concha es una ferviente católica de tendencias sociales progresistas. Su cristianismo es entendido como un modo de entrega a los demás, y sus inclinaciones políticas como un medio para alcanzar la justicia social, incluyendo en esto la educación de las mujeres.
Contaban en algunos círculos que había estudiado en la facultad de derecho disfrazada de hombre, puesto que la enseñanza superior estaba vetada a las mujeres, y que acudía a tertulias políticas y literarias también de esta guisa. Todo ello contra la voluntad de su familia, que no entendían por qué la niña tenía tanto afán por aprender.
Su marido será un gran apoyo, aunque lo pierde de forma prematura y a partir de entonces se vuelca en los más desfavorecidos, los pobres, los huérfanos, los presos, y por supuesto, las mujeres. Pero debe vencer un sinfín de obstáculos, incluso escribe un libro titulado «La beneficencia, la filantropía y la caridad», que encuentra tantos impedimentos para ser publicado, que lo edita bajo el nombre de su hijo de diez años.
Es la primera mujer que recibe el título de «Visitadora de Cárceles de Mujeres», y sus escritos servirán de base para la reforma del sistema penitenciario. Funda más tarde «La Constructora Benéfica», una sociedad que se dedica a construir casas baratas para obreros. Colabora organizando en España «La Cruz Roja del Socorro», para atender a los heridos de las guerras carlistas, poniéndose ella misma al frente de un hospital de campaña. Y además, actúa como intermediaria de la Reina María Victoria, esposa de Amadeo de Saboya, que desde el exilio sigue, hasta el último instante de su vida, mandando muchas ayudas para españoles necesitados, exigiendo que estos donativos se hagan anónimamente a través de doña Concha.
Ya septuagenaria se traslada desde Gijón, donde reside habitualmente, a Vigo, tras pasar unos meses en Pontevedra. Su hijo Fernando, ingeniero de caminos canales y puertos, ha sido nombrado director de la Junta de Obras del Puerto de Vigo, y como su salud es delicada decide trasladarse a vivir con él.
El cuatro de febrero de 1893 y a la edad de setenta y tres años, fallece en el Pazo de los Núñez doña Concha debido a un catarro bronquial crónico. Al día siguiente es enterrada en Vigo, en uno de los más populosos entierros que se recuerdan.
Sus restos mortales reposan en el cementerio de Pereiró, donde años después de su muerte es honrada con un monumental mausoleo obra de Manuel García Román y sufragada por el Ayuntamiento. En su epitafio el lema que la acompañó toda la vida: «A la virtud, a una vida, a la ciencia».
En 1938, una campaña ciudadana pidió que se conservase el Pazo de Núñez, en los Llorones, su vivienda en Vigo, para convertirlo en reformatorio, ya que Vigo era el pueblo que más jóvenes ofrecía a la criminalidad de toda Galicia. Finalmente el pazo fue demolido, pero su solana, con una hermosa balaustrada, aun se puede admirar en los jardines del pazo de Castrelos a donde fue trasladada tras la demolición.