El tren se expone en el escaparate de un rastro de la Rúa Pino (“Minirastro”), en la ciudad de Vigo, y el conjunto lo forman, además de la máquina y la carbonera, vagones de pasajeros y de mercancías, una grúa y una estación, también de hojalata y con vivos colores, y hasta es probable que echara humo por la chimenea. Pero no todos los niños de aquellos tiempos difíciles podían disfrutar de aquel tren en miniatura. Sin embargo, la necesidad agudiza el ingenio y la carencia de juguetes se suplía con piedras, con trozos de madera, con la típica y sempiterna pelota o, simplemente, corriendo de un lado para otro. Y lo curioso es que nadie se aburría. En cambio, las niñas y los niños de hoy tienen de todo y a veces por duplicado, y no parecen mucho más felices. Habría que concluir que la abundancia no hace la felicidad, aunque lo cierto es que si se sabe apreciar ayuda bastante.