El tema de los extraterrestres no ha perdido interés ni actualidad con el paso del tiempo. En todos los medios de comunicación existen programas y espacios exclusivamente dedicados a este tema y el número de seguidores va en aumento. Galicia, y en particular la ciudad de Vigo, no ha quedado al margen de esta tendencia. De vez en cuando vuelven las noticias sobre casos inexplicables.
Uno de los últimos casos más llamativos fue la presencia de una enorme estructura en el océano Atlántico, en la madrugada del 12 de marzo de 1997, a unos 90 kilómetros al oeste de la ciudad de Vigo. Los pilotos de un avión comercial, dilatada experiencia profesional, testificaron el encuentro. Están convencidos de la autenticidad de su encuentro y hablan de una gigantesca estructura sobre el Atlántico sin poder puntualizar si estaba por debajo o por encima del agua. Estiman que tenía el equivalente a unos 40 km (¡cuarenta kilómetros!) de lado, lo que se traduce en una superficie de más de 1.600 km² (¡mil seiscientos kilómetros cuadrados!).
Lo desproporcionado de estas dimensiones se puede comprender si decimos que toda la ría de Vigo incluyendo sus poblaciones costeras: la propia ciudad de Vigo, Redondela, Cangas y Moaña, cabrían sobradamente en su interior. En realidad, cabría la tercera parte de la provincia de Pontevedra (4.495 Km2). Dicho de otro modo, cabrían sobradamente todas las principales ciudades gallegas: A Coruña, Vigo, Ourense, Lugo, Ferrol, Pontevedra, e incluso sobraría espacio. Estamos hablando, por lo tanto, de algo extraordinario.
Pero, además de este caso, que fue muy comentado en su momento en todos los medios de comunicación, desde los años sesenta del pasado siglo XX hasta nuestros días ha habido muchos otros casos de menor trascendencia, aunque igual de importantes por carecer de explicación convincente.
A la vista de todo esto cabría preguntarse, entonces, qué es lo que está pasando; por qué tanto silencio gubernamental; por qué tantos desmentidos absurdos cuando todo el mundo sabe que, siguiera un porcentaje pequeño de los casos, carecen de explicación razonable. Será que los gobiernos no quieren alarmarnos. O será que el admitir todo esto de un modo oficial derrumbaría muchas creencias religiosas y científicas, así como la necesidad de admitir que otros mundos son mucho más avanzados que el nuestro. Quizá algún día los gobiernos no tengan más remedio de admitir las evidencias. Mientras tanto, bienaventurados quienes tengan el privilegio de entrar en contacto con ellos o, siquiera, de poder ser testigos de algo tan extraordinario.