Al cabo de los años ya puedo contar una historia navideña singular porque no creo que nadie pueda identificar a sus protagonistas. Es una historia absolutamente real acontecida en la ciudad de Vigo y siempre me ha resultado muy emotiva e inolvidable.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, siempre me gustaba implicarme en sus centros escolares aportando todo lo que podía, con mayor o menor acierto. Una de esas actividades era la de hacer de Papá Noel en el colegio de nuestros hijos pequeños. En realidad, éramos dos personas que pertenecíamos al APA (Asociación de Padres de Alumnos) y hacíamos el mismo papel repartiéndonos las clases, uno se encargaba de los cursos más bajos y el otro de los altos y más problemáticos.
En la mañana del último día de clase del trimestre, previo a la Navidad, a eso de media mañana nos escondíamos en un cuarto del APA y nos enfundábamos los trajes de Papá Noel. Luego, tras recoger nuestros sacos completamente llenos de caramelos, cuando todo el alumnado permanecía en sus clases, comenzábamos a recorrer las aulas. Sobra decir que al entrar por la puerta se armaba un gran jaleo y todos querían caramelos. Nosotros íbamos repartiendo los caramelos haciendo nuestro papel y procurando que nadie saliera perjudicado. Después pronunciábamos algunas palabras apropiadas y nos despedíamos camino de la siguiente aula.
Un año en el que a mí me tocó visitar las aulas de los más pequeños, en una de ellas, y mientras los demás compañeros celebraban la visita de Papá Noel, se me acercó con enorme respeto un niño y me dijo muy serio y convencido al oído: “Papá Noel, haz que mi hermanita se cure y que vuelva pronto para casa”. Aquello me emocionó profundamente y durante unos instantes no supe qué responder mientras su profesora y yo nos cruzábamos las miradas, desconcertados. Rápidamente le contesté con unas palabras de esperanza y consuelo y luego proseguí mi camino. Hoy, al cabo de más de veinte años, cada Navidad sigo recordando emocionado aquel momento de inocencia infantil, aquella petición tan llena de esperanza, y confieso con sinceridad que siendo miedo por conocer el desenlace de aquel deseo infantil.