Esa plaza —aunque pueda resultar increíble porque ya está casi olvidado—, estaba atestada de coches, de motos y de autobuses, con los molestos ruidos de los motores y con la contaminación de los escapes. La plaza tenía unas aceras estrechas y no había asientos para el descanso ni parques para la diversión infantil. Hoy, en cambio, es un remanso en el que disfrutan personas de todas las edades y del que se benefician también sus vecinos, con jardineras llenas de plantas, con un buen parque infantil y otro de actividades para los mayores. Y resulta curioso recordar que muchas personas que hoy están encantadas y que se benefician de todo esto se manifestaban un día tras otro en contra de esa transformación, sin duda por ignorancia de lo que se pretendía. La plaza es un acierto; hay que reconocerlo y recordarlo. Todos los días se llena de abuelas y abuelos, de padres y madres con sus hijos a la salida de los colegios, de personas que disfrutan de sus terrazas o simplemente del descanso en sus bancos, y todos ellos generando un bullicio humano que es la mayor demostración de ese acierto que ahora observamos en la fotografía tomada desde lo alto a última hora de la tarde de un día cualquiera.