Cuando falleció su esposa, Irene de Ceballos, en 1935, toda la fortuna del filántropo pasó a manos de la ciudad. Sin embargo, en esa generosa cesión había dos condiciones: una, que debería construirse un edificio dedicado a educación y que llevaría el nombre de su mujer, Irene de Ceballos; y la otra, que en el edificio debería existir una sala reservada para exponer la colección artística de Policarpo Sanz. Así las cosas, el instituto Santa Irene se construyó a principios de la década de 1940, siendo el arquitecto Antonio Cominges Tapias el autor del proyecto encargado por el Ayuntamiento de la ciudad, entonces regentado por Luis Suárez Llanos, y que fue inaugurado en 1946. La finca donde está edificado el actual instituto era propiedad de Policarpo Sanz, y hasta que pasa a manos públicas tenía el nombre de “Finca de El Carmen”, con numerosos árboles frutales y campos de cosechas, y con un casero conocido en el barrio por “señor Manuel”, que tenía una hija llamada Aurora.
Cuando la finca se abrió al público, y hasta que se llevó a cabo la construcción, se convirtió en un lugar de juegos y de reuniones familiares para todos los vecinos. Según cuenta Dolores Pérez Ruiz, que vivió en el barrio durante aquella época y que ya ha cumplido los noventa y ocho años, en la finca acampaba anualmente una familia trashumante de húngaros dedicados a la calderería, adinerados y muy apreciados entre los vecinos. Eran dos matrimonios de húngaros: Juan y Felipe, de apellido “Yasca” —según le sonaba a Dolores, que recuerda los detalles con enorme viveza—. Juan estaba casado con Teresa y no tenían hijos, y muchas personas viguesas de toda condición social visitaban a Teresa para que les echara las cartas. Por su parte, Felipe estaba casado con Isabel, con la que tenía dos hijos: Paulina y Nicolás. Dolores también recuerda que ambas familias tenían un gramófono donde acostumbraban a poner La Cumparsita, que bailaban con gran destreza. Pero de todo aquello sólo quedan los recuerdos que forman parte de la memoria sorprendentemente lúcida de esta viguesa casi centenaria, unos recuerdos que han quedado tras la verja que se observa en la fotografía y que protege la fachada de un edificio histórico en la ciudad de Vigo.