Los años 80 del siglo XIX fueron para Vigo la “Década prodigiosa”, en la que llegaron a la ciudad los grandes avances tecnológicos mundiales. En la procesión del Cristo de la Victoria de 1880, el industrial Antonio López de Neira estrenaba la luz eléctrica, con un poderoso foco que convirtió la noche en día en la calle del Príncipe. Ese mismo año, nacía la Caja de Ahorros Municipal, gran músculo financiero de la ciudad durante largo tiempo. Al año siguiente, en 1881, llegaba el ferrocarril, conectando directamente con Ourense. En
la misma fecha se fundaba la Junta de Obras del Puerto de Vigo, impulsora de los primeros muelles y malecones. En 1884, se instalaba en la calle Cesteiros un fotógrafo italiano que anunciaba en los diarios los primeros daguerrotipos. También en 1884, se inauguraba la línea férrea con Ponteveedra. En 1885, nacía la sociedad recreativa La Oliva y, al año siguiente, se instalaban en Vigo las primeras 300 farolas de alumbrado público.
Deslumbrado
Es en este panorama, el de un Vigo cuyo crecimiento se dispara, cuando llega uno de los viajeros que escribieron apasionados retratos de esta ciudad: el portugués Silveira da Mota, que queda deslumbrado por una urbe próspera y populosa.
Inácio Francisco Silveira da Mota (Lisboa, 1836-1907) fue un político, periodista y escritor portugués, protagonista por sus publicaciones en la segunda mitad del siglo XIX. Su libro “Viagens na Galiza” fue publicado em 1889 en Lisboa y ha contado con diversas reediciones, una de las últimas la traducción al gallego a cargo de la editorial Galaxia.
Francisco Fernández del Riego, que repasó en una monografía la obra de Silveira da Mota, destacó sus palabras sobre Vigo, ciudad que definió como “populosa” y “próspera”. “Algunhas das rúas polas que andou eran largacías e regulares, beireadas por airosos, ledos, fastuosos edificios”, escribe Del Riego.
Libro de viajes
“Aquí cuestas serpenteantes, callejuelas oscuras y embarradas van a dar ya a plazas pulcras”, escribe Silveira da Mota en su libro de viajes: “Por entre las humildes casuchas de los marineros y pescadores sobresalen casas y palacios, que van poco a poco transformando la villa, que a finales del siglo pasado contaba poco más de mil habitantes, por la ciudad populosa y próspera de hoy”.
El autor luso, que visita Vigo en 1886, se deshace en elogios con la ría viguesa: “Su hermosa bahía, una de las más vastas y seguras de Europa, su situación topográfica y la benevolencia e su clima que atrae a gran número de forasteros, la abundancia de mercados, el progreso de la industria, la fertilidad y cultivo de los campos que se dilatan por las amenísimas márgenes de la ría, explican este rápido crecimiento, muy distante aún de llegar a su fin”.
Sucesos históricos
Seguidamente, hace repaso de los sucesos históricos más notables de Vigo, como los ataques de Francis Drake o la batalla de Rande de 1702. Aunque se lía un poco al recordar la Reconquista: “Este es un lugar notorio en la historia moderna. Aquí, el 15 de mayo de 1809, hace hoy precisamente setenta y siete años, el general Hugo Charlot, al frente de mil trescientos franceses, algunos de los cuales habían combatido en Austerliz y en Marengo, fue obligado a capitular, entregando la ciudad a los campesinos que por el amor a su patria se habían convertido en soldados aguerridos”. En realidad, la fecha es el 28 de marzo y el supuesto “general Hugo Charlot” se llamaba Antoine Chalot y su rango militar era el de comandante.
Mujeres viguesas
El autor elogia que algunos vigueses todavía visten el que denomina “antiguo traje gallego”. Y tiene alabanzas para las mujeres viguesas: “Ellas aquí destacan, lo mismo que en el Miño y presumo que en toda Galicia, por la laboriosidad y la energía con las que eficazmente contribuyen a la cultura, al entusiasmo y a la riqueza del país”.
Como muchos hombres se ven obligados a emigrar, “resulta en gran parte tarea de la mujer el duro y laborioso trabajo en el campo, en las carreteras, en las ciudades, en los mercados y en la casa”.
Ferrocarril hacia Pontevedra
Por la noche, Silveira da Mota se maravilla con el cielo estrellado vigués mientras “el faro de una de las islas Cíes rutilaba a lo lejos con escintilaciones siderales”. Al día siguiente continúa en ferrocarril hacia Pontevedra y termina elogiando el paisaje que se abre ante sus ojos: “Desde Vigo a esta pacífica metrópoli de provincia hay un trayecto magnífico y alegre. En su rápida carrera, el tren cruza llanuras tapizadas de verdor, atraviesa por entre castaños y nogales, salta por encima de pedreras, rompe montañas, traspone abismos, recorre soberbios viaductos y deja entrever pequeñas aldeas y lugares, huertas y vergeles rodeados de muros de piedra”.
Es la narración de un viajero portugués, Silveira da Mota, de un Vigo próspero y populoso del año 1886.