El proyecto denominado ‘Abrir Vigo al mar’ consiguió cerrar la ciudad, todavía más, a esa ría que debiera poderse disfrutar desde todos los rincones de la urbe. Los edificios de la Praza da Estrela bloquearon las vistas desde la Alameda (Praza de Compostela), desde Areal y desde otras calles próximas al mar. Asimismo, las zonas peatonales junto al mar resultaron un fiasco, con unos suelos de madera que terminaron levantándose y con unas losetas de piedra que terminaron rompiéndose. El edificio donde está ubicado el puesto de venta de billetes de los barcos que hacen el servicio de transporte por la ría ocluye también la vista.
En fin, aquel proyecto consiguió cerrar todavía más, como digo, unas vistas a la ría que eran propiedad de todos y que ahora difícilmente se podrán recuperar. En la utopía de esa recuperación, me he preguntado algunas veces cuántos millones de euros costarían las indemnizaciones de esos derribos incluyendo, también, el de aquellas edificaciones que se elevaron más allá de lo razonable por el consentimiento de algunos alcaldes que ya quedaron en el olvido de la mayoría de las viguesas y de los vigueses, cuando todo era permitido y se construyó, por poner algunos ejemplos, el edificio de Asefal, en el Paseo de Alfonso XII; el edificio que hace esquina en Ronda de Don Bosco con Taboada Leal; el edificio que está frente a la bajada a la estación, en Urzáiz.
En fin, la lista resultaría interminable y vergonzosa, pero las personas que autorizaron esos despropósitos seguro que arreglaron muy bien su vida y la de algunos de sus descendientes. A alguno de ellos, que aún vive, por cierto, le tienen el mote de “el tres por ciento”.