La ciudad de Vigo ha perdido algunos de sus elementos históricos más insignes, unos por motivo del progreso y otros por las nefastas gestiones de sus gobernantes. El Castillo de San Sebastián es un buen ejemplo. Lo que aún queda de él está ubicado en una de las cotas más altas de la ciudad. Constituía un elemento estratégico para la defensa, junto con el del Castro y otras instalaciones. Cierto que esta construcción quizá no tenga tanta relevancia como otros castillos, pero es una lástima que quienes ocuparon los puestos más altos en el gobierno municipal de Vigo en la primera mitad de los años setenta del pasado siglo XX no decidieran respetarlo en su integridad.
El antiguo edificio del Concello, entre la Praza da Constitución y la Praza da Princesa, quedaba muy pequeño y era necesario buscar otra localización. Por motivos que nadie —-razonable—- llega a comprender se eligió lo que era conocido como “Campo de Granada”, el lugar donde existía una explanada y el castillo. El resultado está a la vista: todo aquello quedó diezmado por una construcción de muy dudoso gusto que incluye una gran plaza desangelada y un edificio con una enorme torre que rompe el entorno, y cuya belleza sólo se percibe desde sus ventanas hacia la ría. A lo largo y ancho de la ciudad existen construcciones que no respetan la alineación de alturas del conjunto o que no respetan las vistas —-el mirador del paseo del Alfonso XII es un ejemplo—-.
Todos estos casos, igual de aberrantes, ya no tienen remedio. Sin embargo, todavía pueden —-y deben—- evitarse las pérdidas de otros elementos de importancia para la ciudad. La vista actual desde lo que queda del Castillo de San Sebastián es soberbia y la fotografía da cuenta de una parte y de la acertada recuperación de muchas casas del barrio de la Herrería. Cabría preguntarse qué hubiera ocurrido si no se hubieran respetado las alturas; las vistas no hubieran sido las mismas.