Una ciudad rica, con un puerto excelente, dispuesta en anfiteatro y con una rica historia: “Pueblo antiquísimo, cuya fundación no consta, pero se sabe que era ya de consideración cuando los primeros romanos vinieron a España”. Con estas palabras describe Vigo el geógrafo Sebastián Miñano, que fue también historiador y político afrancesado. Y que es el autor del “Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal”, que en 1830 se adelanta en varias décadas al cronista Taboada Leal o al geógrafo Madoz al hacer una descripción viguesa poco mencionada en la historiografía local.
Cuando se menciona a los grandes descriptores del Vigo del XIX, suele citarse a Madoz y, sobre todo, a Nicolás Taboada Leal, con su “Descripción Topográfico-Histórica de la ciudad de Vigo”. Hay quien considera esta obra, junto a la colección de Faro de Vigo, como el canon universal de la historia local. Pero hay más…
Natural de Viveiro, el galeno hizo aquí un estudio sobre las fuentes públicas, combatió una epidemia de cólera e impulsó la idea del lazareto de San Simón. Entremedias, escribió esta obra, que vio la luz en 1840, con un detallado retrato de Vigo y sus parroquias.
Se dice que en las páginas de Taboada se inspiró el “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar”, impulsado por Pascual Madoz, geógrafo, jurista y político, que llegó a ser diputado, ministro y, durante cuatro días, presidente de la Junta Provisional Revolucionaria, tras la Revolución de 1868, La Gloriosa, que depuso a la reina Isabel II y la obligó al exilio.
Pero una y otra obras tienen una precedente, el trabajo enciclopédico con el que Sebastián Miñano se adelantó una década a Taboada y en tres, a Madoz. También es anterior a “La Biblia en España”, el libro de viajes que firmó el pastor inglés George Borrow, que visitó Vigo en 1837.
Son anteriores los informes redactados por los ilustrados Jovellanos y Cornide de Saavedra, pero sólo se referían a Galicia y su objeto era elevar propuestas a la Corte, bien pidiendo un puerto, una industria, una explotación minera o un camino carretero.
También es anterior el Catastro del Marqués de la Ensenada, subtitulado en 1750 “Magna averiguación fiscal para alivio de los vasallos y mejor conocimiento de los reinos”. Pero aquí estamos ante un censo, un relatorio oficial.
Por todo ello, la obra de Sebastián Miñano tiene un valor especial. No sólo es un geógrafo pionero que se aproxima a la realidad de Vigo, sino que su obra apenas aparece mencionada en la historiografía local.
Miñano, nacido en Palencia en 1779, fue un escritor, periodista, geógrafo, historiador y político afrancesado español. Su simpatía por los ideales de la Revolución le hizo abrazar el bando de Bonaparte. Y, aunque terminó arrimándose a Fernando VII, sus días remataron en el exilio. Murió en Bayona, en Francia, en 1845.
Que estuvo de una y otra parte lo demuestra que recibió la Legión de Honor en 1828 y la Gran Cruz de Carlos III, en 1830. En realidad, era el propio país el que se movía a bandazos ideológicos en el XIX.
De 1826 a 1829, Miñano publica su “Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal”, en once tomos, que será el más importante hasta el de Madoz, en 1850. Y en él nos descubre el Vigo de la época.
Comienza Miñano reconociendo que Vigo es ya entonces cabecera de toda su comarca. Su jurisdicción alcanza Teis, Chapela, Cabral, Oia, Lavadores, Navia… Dice que, en 1929, cuenta 1.115 vecinos y 5.688 habitantes, lo cual supera a lo que escribirá Taboada Leal, 11 años después, cuando apunta 5.520 habitantes. Una razón la apunta Miñano: “La industria se reduce a una fábrica de sombreros y telares de lencería; pero a pesar de la fertilidad de este país es muy considerable la emigración de sus naturales a Portugal”.
De sus instituciones, destaca “una colegiata que se está construyendo, una parroquia, un convento de frailes, dos castillos nombrados San Sebastián y Castro; carece de cuarteles y la tropa que la guarnece está en casas particulares; tiene caja de correos y administración de loterías”.
De su historia dice que es “pueblo antiquísimo, cuya fundación no consta, pero se sabe que era ya de consideración cuando los primeros romanos vinieron a España”. Destaca que la ciudad fue la primera en vencer a los franceses, en 1809, y añade que es “memorable por la desgracia que el año de 1702 acaeció a la flota de España, y destrozo que la armada holandesa e inglesa hizo contra los franceses que defendían el puerto”.
Se maravilla Miñano con el puerto, “muy frecuentado de buques nacionales y estrangeros”, con una ría “donde hay agua suficiente para navíos de 60 a 80 piezas”.
Aquel Vigo de hace dos siglos se parece a éste: “Edificada sobre la pendiente de un monte bastante áspero por la parte de la ría, formando una especie de anfiteatro”. Y describe sus magníficas condiciones naturales: “El clima es templado, y su campiña abunda de granos, ganados, vino y otros frutos agrícolas”.
La ciudad es próspera: “Su comercio es en todo semejante al de la Coruña, pero de mucha más estracción”. Y señala que exporta, también a América, “vino, que no baja de 6.000 pipas en año común, el maíz, los jamones, medias y calcetas de hilo, más de 11.000 millares de sardinas, y gran cantidad de grasa de este pescado”.
Es el retrato de Vigo de Sebastián Miñano. El pionero, anterior a los tan nombrados Taboada o Madoz. Que nos muestra una próspera ciudad y un gran puerto, pocos años después de la Reconquista. Un documento olvidado hasta ahora que, en fin, merece su lugar en la historiografía viguesa.
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