Se trataba de una enorme extensión de terreno con dos edificaciones principales, un lago navegable con un puente en su parte central, y con una vegetación compuesta por árboles y plantas traídos desde diferentes rincones del planeta. José Manuel García Barbón, nacido en Verín (Ourense), emigró a América, donde hizo fortuna, y a su regreso se instaló en la ciudad de Vigo. Fue uno de los mayores benefactores de la ciudad olívica, y a él se le debe la Escuela de Artes y Oficios y el teatro García Barbón, entre otras concesiones y promociones.
A la finca “Vista Alegre”, construida a finales del siglo XIX, se accedía a través de un enorme portalón verde que durante estos últimos años estuvo en una casa de Alcabre colindante con el Museo del Mar, hasta que luego, por motivos que desconocemos, se desmontó. Un camino principal rodeado de vegetación exuberante subía hasta los palacetes, y allí había, también, una cancha de tenis y otras instalaciones, además de una casa de muñecas de tamaño natural para disfrute de los más pequeños, con cocina incluida.
Detrás de los edificios había una mina de agua, perfectamente protegida dentro de un pequeño galpón, a la que se accedía bajando por unos escalones de piedra engastados en la pared. En otro galpón, un poco más distante, había una escalera similar que daba acceso a una pequeña —-y profunda—- estancia en la que se abrían tres túneles, dos hacia la actual Travesía de Vigo, y otro hacia Guixar. Cuentan que el propietario de la finca era un entendido en geología y que había hecho horadar los pasadizos, de los que también cuentan que sirvieron de refugio y vía de escape para huidos durante la guerra de España.
Al otro extremo de la finca, ya en la Calzada, había otra puerta que en su tiempo permitía bajar hasta Guixar, donde tenían amarrado un yate. Todo esto es recordado con nitidez por el pintor vigués Jesús Feliciano —-Jesús Feliciano Valiente—-, afincado en Tui, que durante muchos años tuvo un gran contacto con la familia. Recuerda, por ejemplo, que llegaron a recorrer parte de aquellos túneles y el que iba hacia el mar estaba ya casi derruido. Recuerda, también, la mina de agua y la barca que flotaba en el lago. Jesús Feliciano, cuyas obras han sido expuestas en diferentes ocasiones en Portugal, donde tiene una gran aceptación y valoración, tiene un estilo totalmente diferente al de sus comienzos, cuando pintó el cuadro que se muestra en esta fotografía tomada en un rincón de su estudio.
En ese cuadro, que representa una imagen de más de sesenta años y que pintó siendo niño, se muestran los dos palacetes principales, con la escalinata de acceso desde la carretera interior, un poco más arriba de lo que era el lago. Todo eso ya ha quedado en el recuerdo de la ciudad de Vigo, pero un recuerdo que aún permanece vivo en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de conocer aquella histórica finca.