Lo que muestra la fotografía es un mirador de la ciudad de Vigo. Efectivamente, no puede verse el mar ni tampoco las poblaciones de la península de O Morrazo, que está enfrente. Pero no se trata de un caso aislado, sino que es algo general en toda la ciudad.
En los años sesenta y setenta del pasado siglo XX, el urbanismo urbano fue anárquico y se permitió todo tipo de edificaciones sin importar las alturas ni el feísmo. También se consintieron demoliciones de gran valor arquitectónico o histórico sin ningún respeto. La consecuencia de todo ello es una ciudad que ha ido creciendo de espaldas al mar en las laderas del monte de O Castro, e incluso en las inmediaciones del puerto.
Seguramente se lo habrán agradecido muy bien a quienes consintieron con su firma ese robo a la ciudadanía viguesa. Pero ya se sabe que la responsabilidad de todos esos desastres urbanísticos termina por quedar olvidada y diluida en el tiempo, y el agradecimiento, en cambio, en los bolsillos de los protagonistas y de sus herederos.
Cada vez que observo estas aberraciones urbanísticas se me ocurre un deseo utópico. Ojalá algún día el Concello de Vigo se decida a iniciar una campaña de justa compensación económica para poder desalojar esos pisos que exceden las alturas razonables y se puedan recuperar unas vistas que son de todos.