Fundada en 1622, la Royal Society es la institución científica nacional más antigua del mundo. Y, casi a mediados del siglo XIX, envió a España a un escritor inglés para que hiciese un retrato del país desde todas las disciplinas de la geografía. Aquel viajero se llamaba Samuel Edward Cook, aunque firmaba usando el apellido de su madre: Sam Widdrington. Había conocido mundo como marino en la Royal Navy y ahora recorría la península Ibérica para publicar ‘España y los españoles en 1843’, que publicó ya como miembro de la prestigiosa sociedad geográfica Royal Society.
Widdrington dejó notas emocionadas sobre su estancia en Vigo en aquel año, aunque curiosamente su nombre está prácticamente inédito en la historiografía local. Su primera sorpresa es el propio paisaje de la ría de Vigo, entrando desde Redondela, que deja atónito a nuestro viajero: “Hay poco en Europa tan hermoso o que mejor recompensaría a un pintor de paisajes que dedicar algún tiempo al novedoso material que se puede obtener de esta encantadora región”, afirma: “Las rocas son principalmente graníticas, y hay una gran abundancia de los manantiales más hermosos que es posible imaginar”.
Widdrington viene de pasar un buen susto el día anterior, en Pontevedra, al ser detenido e interrogado, acusado de espionaje. Las autoridades querían saber por qué viaja por España, aunque el entuerto se resolvió tras presentar sus acreditaciones de la Royal Society. Pero en la ciudad olívida, todo cambia: “Vigo y los montes que la rodean son algo insuperable; apenas hay en Europa algo tan hermoso”, escribe. Además, “las gentes de este lugar y de los parajes vecinos constituyen un pueblo diligente, industrioso, alegre, de buena presencia y refinado”. De hecho, cree haber cambiado de país, porque la gente es “muy diferente a los que encontramos en el interior hacia Santiago, que parece que pertenezcan a otra región”.
En la ciudad visita la actual concatedral de Santa María, que llama su atención. Acaba de ser inaugurado cinco años antes el edificio neoclásico, en 1838. “Como en otros lugares, las iglesias antiguas son los principales objetos de curiosidad”, escribe Widdrington; “aquí, la principal atracción es una iglesia moderna e inacabada. Es un templo con una doble fila de columnas nobles, a cada lado, que sostienen la nave, con forma de arco, completamente de piedra. El interior es bastante sencillo, y para muchas personas podría parecer desnudo y sin adornos, pero el efecto arquitectónico es muy noble”.
La infraestructura turística de Vigo es en esta época prácticamente inexistente. Widdrington se aloja en la “principal y creo que única posada, que es tolerablemente buena, pero deficiente en las comodidades del alojamiento”, pese a que apunta que Vigo acoge a los pasajeros de los buques de transporte que recalan en su puerto.
En la mesa, es colmado de atenciones por sus anfitriones. “Parecen tener todo en abundancia, excepto el vino; ya me dijeron que, a pesar de los mayores esfuerzos realizados, y muchos experimentos intentados, habían encontrado imposible hacer algo de buena calidad”.
Pero si la restauración no es la mejor, ya se comienzan a observar los efectos del primer despegue industrial vigués. El viajero inglés anota que la ciudad está “llena de catalanes”, que tienen negocios de comercio de algodón, aunque sospecha que la mayoría de estos tejidos “fueron suministrados por sus amigos franceses, y luego reconocidos como producto de telares españoles”.
“La mejora principal en este vecindario es una nueva carretera a Madrid, que pasará cerca de Tuy, y de allí por Orense”, anota Widdrington, quien también se entera de que el proyecto es diana de las inquinas de otras localidades gallegas: “Hubo una considerable oposición a este proyecto por la gente de Coruña, y otros lugares en el norte de Galicia, pero se había superado y una parte estaba realmente terminada”, escribe.
Y termina su escrito animando a los británicos a utilizar Vigo como vía de entrada hacia España: “Si la carretera es completada, será la mejor comunicación entre Londres y Madrid, permitiendo desde Vigo alcanzar la capital de España en treinta horas, aproximadamente. Y sólo son cuatro días desde Vigo a Southampton”.
Así que esta es la crónica de un viajero de la Royal Society que vino a conocer Vigo en 1843. Y descubrió una ciudad emprendedora, moderna y el carácter industrioso de sus gentes. Junto a una ría que no dudó en definir: “Hay poco tan hermoso en toda Europa”.
Otros artículos de Eduardo Rolland:
Vigo en 1830, en la pionera descripción de Sebastián Miñano
Aquella última nevada en Vigo de 1987
Azaña, enamorado de Vigo: “Es novísimo, rico y a todo lujo”
Vigo, en las imágenes aéreas del Vuelo Americano de 1946 y 1956
1946: Cabalgata de Reyes para niños ‘con carné de pobre’
250 años del nacimiento de Cachamuíña
Cuando tocó la Lotería de Navidad en la Casa de la Collona
La Navidad de la gripe del 18 en Vigo
La importancia de apellidarse Vigo
El río Oitavén, verdugo de un escándalo en TVE
Vigo, en la Lucha contra el Enemigo Mundial
50 años del Citroën GS, un éxito también vigués
Siete historias clave de la fortaleza del Castro
Los cinco buques de guerra «HMS Vigo»
“Si las mujeres saben coser, ¡bien pueden aprender a conducir!”
Cuando Nostradamus ‘profetizó’ la batalla de Rande
130 años de la calle Elduayen, la primera Travesía de Vigo
Pases pro bus: 40 años de una revolución en Vigo
La ‘Captura de Vigo’: la olvidada invasión británica
La Toma de Vigo vista desde Inglaterra
Verdades y mentiras del «Polycommander»